La interfaz de la nostalgia: el fin de MTV y los teen media
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Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo, Human & Nonhuman Communication Lab, Facultad de Comunicación, Universidad Anáhuac México
Como en todo duelo, me he tardado en asimilar mi dolor. Hay silencios que duelen más que el ruido: "Hello darkness, my old friend". El 31 de diciembre de 2025 tras 44 años de transmisión ininterrumpida se va MTV. Ese día apagará su señal, y se irá un canal: se desvanecerá una época entera. Se diluirá la voz que nos enseñó a mirar la música, a escuchar la imagen, a ser jóvenes en clave de videoclip. En su último fundido a negro no sólo se evaporará una frecuencia: se apagará la interfaz de una generación que creyó que el mundo podía tener banda sonora e imagen a la vez.
Cuando el ruido se volvió símbolo: "Our house".
MTV no fue un canal. Fue una frecuencia de sentido. Una pulsación que sincronizó los latidos de una generación que aprendió a leer el mundo en clave de videoclip. El cierre de MTV no marca el fin de una cadena televisiva, sino la disolución de una atmósfera simbólica que alguna vez conjugó las pasiones de millones: música, imagen y juventud como una misma materia sonora y visual.
Durante décadas, MTV operó como una interfaz entre el deseo y el mito. En sus pantallas emergió la juventud como construcción estética, como performance identitario, como simulacro colectivo. Ver un video de The Clash o Queen era un acto ritual de pertenencia; escuchar a Led Zeppelin en rotación visual era comprender que el rock ya no se oía: se veía, se encarnaba, se vivía. MTV condensó la posibilidad de ser y estar en una cultura donde la música dejó de ser sólo sonido para convertirse en imaginario.
Hoy, al anunciarse su cierre, se apaga un modo de estar en el mundo. La pantalla que fue espejo generacional se ha fragmentado en mil microdispositivos. El videoclip —esa unidad mínima de la emoción visual— se ha licuado en los bucles de TikTok y en los directos del streaming. Si la modernidad nos dio la radio y la televisión como arquitecturas del recuerdo, la hipermodernidad nos entrega el flujo digital: una nostalgia que se reproduce en píxeles sin memoria.
Arqueología de una era líquida: "Video Killed the Radio Star"
Los teen media fueron el laboratorio de las identidades modernas. El cine, la radio, las revistas y MTV tejieron las primeras narrativas de la juventud globalizada. Como afirmaba Roger Silverstone, los medios no sólo representaban el mundo, lo hacían habitable. Desde los ochenta, las juventudes aprendieron a ser en los medios: a narrar, resistir, desear y reconocerse a través de ellos.
En los videoclips se cifró el ADN cultural de una época. Los códigos visuales de los Beat It o Enjoy the Silence no solo mostraban la moda o el sonido, sino una forma de estar en el mundo. Esa conjunción entre estética, sonido y actitud fue la raíz de una nueva mediología del cuerpo, una que, como diría McLuhan, transformó los medios en extensiones de la piel, de la mirada, del deseo.
Hoy, sin embargo, el cuerpo mediático se ha disuelto. Lo digital, gaseoso y simbólico, se expande sin contorno ni permanencia. En la economía de la atención, el videoclip ha mutado en clip efímero, en scroll infinito, en loop viral. Las identidades juveniles ya no se construyen frente a una pantalla común, sino dentro de un enjambre algorítmico donde cada quien ve un mundo distinto, diseñado para confirmar su propia burbuja.
MTV fue, en ese sentido, la última catedral de la sincronía cultural. Su fin consagra el paso de una ecología mediática compartida a una ecología personalizada, fragmentada y autista.
La economía de la nostalgia: "I want my MTV".
El cierre de MTV también marca un punto de inflexión en la economía simbólica contemporánea. En la era de las interfaces nostálgicas —donde todo puede ser “revivido” como retroproducto— la memoria se ha convertido en un capital. Los vinilos, los cassettes, las Polaroid, los videojuegos de 8 bits y ahora MTV, todos ellos retornan en versiones 2.0, reconvertidos en mercancía afectiva. La nostalgia se industrializa, se empaqueta, se monetiza.
Como señala Baudrillard, la sociedad de consumo no conserva objetos, conserva signos. Por ello, lo que duele no es la pérdida del canal sino la disolución de sus símbolos: los VJ, los escenarios saturados de neón, los logotipos mutantes, los jingles de identidad colectiva. Desaparece una textura del tiempo. Un tono visual de época.
En esta era post-MTV, la nostalgia ha dejado de ser recuerdo para convertirse en interfaz. Buscamos en YouTube los vestigios de aquello que nos configuró, como arqueólogos de un archivo líquido. Y sin embargo, en ese mismo gesto, nos enfrentamos al vacío de las reproducciones infinitas: la emoción convertida en algoritmo, el pasado reducido a playlist.
¿Quién narrará ahora la juventud?: "Smells Like Teen Spirit"
La pregunta que queda flotando es dolorosamente contemporánea:
¿con MTV mueren también los teen media?
El mundo hipermediatizado ha borrado las fronteras generacionales. Ya no hay medios para adolescentes, sino contenidos para “usuarios”. En el flujo transmedia, todo público es target. Todo deseo es dato.
La generación del Twitch y del TikTok no busca ídolos: busca espejos. Ya no hay MTV Unplugged que unifique sensibilidades, sino miles de transmisiones simultáneas que producen la ilusión de conexión sin comunidad. El espectáculo ya no está en la pantalla, sino en la vida misma, que se retransmite como livestream perpetuo. La juventud ya no se contempla: se produce, se autograba, se performa, se consume.
MTV fue el templo del videoarte popular; TikTok es su carnaval. Entre ambos, se despliega una arqueología de la imagen: la imagen ya no es ventana, sino espejo infinito. En cada loop digital se repite el mismo gesto paleolítico de las manos en las cavernas, pero ahora el pigmento es luz y el muro, una pantalla.
Ecos del último videoclip: "Enjoy the Silence"
Lo que se apaga con MTV no es una señal televisiva: es una forma de mirar. Una pedagogía emocional que enseñó a una generación a sentir el tiempo con ritmo, a pensar visualmente, a conectar estética con identidad. En su extinción, MTV nos recuerda que toda tecnología es una forma de mediación del alma. Como escribió Silverstone, los medios están “en el corazón de nuestra capacidad —y de nuestra incapacidad— para dar sentido al mundo”.
Quizá por eso duele tanto su partida. Porque con ella se desvanece una constelación simbólica que nos enseñó a habitar la música con los ojos y a pensar la imagen con el oído. El fin de MTV no es un epílogo, sino un espejo: nos confronta con la era en la que la nostalgia se volvió interfaz y la juventud, un flujo de datos.
¿Quién mató a las estrellas del video?
Tal vez nosotros mismos, al confundir la inmediatez con la experiencia, el flujo con la emoción, el recuerdo con la reproducción.
O quizá, como toda muerte mediática, este sea sólo un tránsito más en la larga metamorfosis del ver y el ser visto.
En ese silencio posterior al último acorde, queda la pregunta que ninguna plataforma podrá responder: ¿podremos volver a sentir el mundo sin necesidad de reproducirlo?




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