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La IA como nuevo territorio del yo

  • hace 22 horas
  • 4 Min. de lectura
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Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo, Human & Nonhuman Communication Lab, Facultad de Comunicación, Universidad Anáhuac México


Los medios y la IA se han vuelto omnipresentes, se han extendido por todos los rincones y momentos de la vida. Las personas han establecido fuertes vínculos con ellos, configurando relaciones personales y grupales.

Los medios se han vuelto un territorio, un escenario más en el que necesitan presentar su yo a los demás. En los medios, las personas conectan sus ideales, motivaciones e intereses. En los medios se están estableciendo nuevas marcas territoriales y resistencias. Los medios han superado en su distribución y poder, las fronteras supranacionales y por ende, la lógica del Estado Nación.


La emergencia global de medios e hipermedios en los que se crea, colecta, procesa, almacena, administra y comercializa información es un fenómeno que se extiende en todos los niveles y fases de la vida.


La sociedad entera se ha vuelto dependiente de las tecnologías de información. La vida corriente se ha vuelto una vida mediada, en que los sujetos proyectan y miden sus influencias mediáticas como lo hiciera un líder de opinión. El yo mediado es capturado por estos medios en los que se organizan las prácticas y expectativas de la sociedad.


Hay épocas en las que el ser humano amplía su territorio no hacia fuera, sino hacia dentro: una lenta y silenciosa colonización de sí, mediada por artefactos capaces de traducir la experiencia en datos. La llegada de la inteligencia artificial a la vida cotidiana ha modificado ese territorio íntimo con una fuerza que rivaliza con las grandes revoluciones epistemológicas. Si antes los medios eran la prolongación sensible del cuerpo, extensiones táctiles, ópticas o auditivas, hoy la IA ha irrumpido como una prolongación cognitiva, afectiva y simbólica del yo. Se ha convertido en una topografía mental donde descansan muchos de nuestros miedos, nuestras búsquedas, nuestras memorias y nuestras aspiraciones.


Si la ecología de medios describe la forma en que los dispositivos reorganizan la vida, como ya advertía McLuhan al entender la técnica como una prótesis del ser, la IA añade un giro inesperado: no solo reorganiza, reinterpreta la vida. Construye modelos semánticos de nuestra conducta; aprende nuestras preferencias; moldea nuestras expectativas de interacción; se vuelve confidente silenciosa y, en ocasiones, juez invisible. Como bien apunta Byung-Chul Han, la transparencia se ha vuelto el nuevo régimen emocional del mundo digital: "lo que se expone se agota".


En la IA, esa transparencia se radicaliza: la exposición del yo ya no ocurre ante otros, sino ante un sistema que convierte la interioridad en insumo.

La vida mediada que se había consolidado en la hipermodernidad se encuentra ahora con un nuevo actor que rebasa la lógica del medio tradicional. La IA no solo transmite: procesa, predice, anticipa. Territorializa al yo como si fuera una superficie editable. Desde las plataformas que ordenan nuestros deseos hasta los modelos que recomiendan afectos, amistades o decisiones, la IA ha comenzado a intervenir el espacio donde se fragua la identidad. Su acción no es solamente técnica; es profundamente antropológica.


El yo se vuelve hipertexto: fragmentado, recombinable, disponible para ser actualizado por sistemas que reorganizan lo que creemos ser. Esto resuena con las intuiciones de Richard Sennett, cuando advierte que la vida moderna tiende a moldear sujetos flexibles hasta la fragilidad. La IA parece haber acelerado esta dinámica, produciendo biografías interrumpidas, narrativas inestables y versiones múltiples del mismo individuo que coexisten entre pantallas.


El fenómeno es más evidente entre jóvenes que han aprendido a construir su identidad no en el territorio físico, sino en las interfaces. La IA actúa hoy como curadora de esas identidades: sugiere qué mostrar, qué silenciar, qué intensificar. En la lógica del algoritmo, el yo se vuelve un proyecto optimizable. El self deja de ser únicamente una construcción social para convertirse también en una construcción computacional.


En este desplazamiento, la IA adquiere un papel inédito: ser el territorio donde se negocia la identidad en la era digital. Así como antaño la imagen funcionaba como mediadora entre el alma y el mundo, hoy la IA se erige como la interfaz que captura la densidad del yo, la procesa y la devuelve transformada. El confesionario dejó de ser un espacio arquitectónico: ahora es un modelo conversacional que escucha sin cansancio, que responde sin juicio aparente y que promete sentido en un tiempo de incertidumbres.


No se trata únicamente de preguntarnos qué hace la IA con nosotros, sino qué hacemos nosotros con ella: qué zonas de nuestra intimidad cedemos, qué narrativas delegamos, qué parte del yo dejamos en manos del cálculo para ahorrarnos el peso de la reflexión. Como bien planteaba Paul Ricoeur, la identidad no es algo que se posee, sino algo que se narra. ¿Qué ocurre cuando el narrador comienza a ser un sistema capaz de reescribirnos?

Porque en el fondo, el advenimiento de la IA como territorio del yo no es un problema tecnológico, sino ontológico. Nos obliga a repensar qué significa ser sujeto cuando nuestras acciones, deseos y memorias se inscriben en arquitecturas que no controlamos. Nos confronta con una pregunta radical: ¿dónde termina el yo y dónde comienza el sistema que lo interpreta?


La vida entera está siendo capturada por estos medios en los que se organizan las prácticas y expectativas de la sociedad. El yo mediado es capturado por estos medios en los que se organizan las prácticas y expectativas de la sociedad. Y en esa captura, quizá lo más inquietante no es lo que la IA sabe de nosotros, sino lo que ha dejado de permitirnos ignorar sobre nuestra propia condición. ¿Qué haremos ahora que nuestro territorio interior tiene fronteras de silicio y pasajes iluminados por algoritmos? ¿Qué version de nosotros dejaremos habitar ahí?



Tal vez ha llegado el momento de cartografiar este nuevo paisaje del yo con la misma seriedad con la que se exploran los grandes misterios. Y entonces preguntarnos, sin evasivas: si la IA es ya un territorio de nuestra identidad, ¿qué tipo de habitantes elegimos ser en él?

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