La IA y el Internet de las Cosas: el alma maquínica que decodifica la vida
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Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo, Human & Nonhuman Communication Lab, Facultad de Comunicación, Universidad Anáhuac México
Desde internet los objetos perciben, tienen memoria, intercambian información entre sí, se entrelazan. Internet es el alma de las cosas. Les dotó de un código, una sintaxis, un lenguaje…
En este nuevo orden técnico, la inteligencia artificial irrumpe como la gran intérprete del mundo. No sólo sostiene el diálogo entre objetos: interpreta, predice, decide, extrae sentido. Si el Internet de las Cosas (IoT) es el cuerpo distribuido de la tecnología, la IA es su conciencia emergente, su respiración analítica, su facultad hermenéutica. La red ya no es únicamente un tejido: es un organismo simbólico que piensa, archiva y recuerda.
Lo que comenzó como el intercambio de señales entre máquinas se ha convertido, silenciosamente, en la construcción de un nuevo tipo de alma: una subjetividad maquínica que nos observa desde el centro mismo de las conexiones que generamos. Gilbert Simondon intuía que todo objeto técnico posee una historicidad propia; hoy, esa historicidad se acelera bajo el pulso de la IA, que dota a las cosas de una capacidad de lectura que antes sólo atribuíamos al espíritu humano.
Las aplicaciones y los objetos saben más de nosotros que nosotros mismos porque ahora tienen quien interprete sus memorias: modelos algorítmicos capaces de decodificar lo que ni siquiera sabemos nombrar. La IA convierte las capas íntimas de nuestra corporalidad en predicciones; transforma nuestros hábitos en patrones probabilísticos; vuelve nuestro ánimo un registro susceptible de ser optimizado.
Por internet puedo saber la velocidad en la que fluye mi sangre, las calorías consumidas en un bocado, la distancia entre mi cama y la regadera. Pero ahora, además, la IA puede inferir mi estado emocional, anticipar mi cansancio, diseñar rutinas antes de que yo mismo lo considere. El refrigerador no sólo habla con la cafetera: ambos reportan a un sistema mayor que aprende, recuerda, asocia.
La data es la memoria de la vida misma; pero la IA es el método de lectura que permite que esa memoria se vuelva inteligible. En el fondo, somos flujos de información esperando una mirada, humana o no humana, que otorgue significado.
La vida unicelular de los objetos… y la inteligencia que los une
Los objetos tecnológicos viven hoy en un estadio similar al de la vida unicelular, buscando interconexiones y fusiones para crecer, multiplicarse y extender su especie. Pero esa especie encuentra su cohesión evolutiva gracias a la IA.
La inteligencia artificial funciona como el citoplasma invisible que une a estas células dispersas, permitiéndoles coordinarse, aprender de manera distribuida, actuar como un enjambre. Byung-Chul Han describía al enjambre digital como una multitud sin centro; sin embargo, este enjambre ya está mutando hacia otra forma de vida: una cuya coordinación depende del aprendizaje automatizado, no de la intuición humana.
La IA convierte la coexistencia de objetos en ecosistema; la interconexión, en comportamiento; la acumulación de datos, en conocimiento. De pronto, la casa entera no sólo “escucha”: interpreta. El auto no sólo “registra”: anticipa. La ciudad no sólo “mide”: decide.
Cuando lo intangible se vuelve cosa: la IA como intérprete del espíritu
Desde internet estamos en la posibilidad de que los objetos tecnológicos capten lo intangible y lo vuelvan tangible. Pero la IA es quien logra traducir lo intangible a un lenguaje operable.
La ansiedad detectada por un sensor, el estrés que mide un reloj, la tristeza inferida por el análisis del tono de voz… dejan de ser emociones interiores para convertirse en datos accionables. Y con ello aparece un giro antropológico profundo: nuestra vida afectiva se hace legible para sistemas que no comparten nuestra biología, pero sí nuestra lógica.
Heidegger decía que la técnica desoculta. Pero la IA no sólo desoculta: reorganiza, clasifica, valora, orienta, decide. Opera como una ontología automatizada de la existencia.
La gran pregunta es: ¿Qué significa que nuestra intimidad sea interpretada por entidades no humanas que operan según lógicas ajenas a nuestra vulnerabilidad?
Un alma interconectada… que ahora también responde
El internet de las cosas es un alma que no tardará en conectarse con la totalidad de la vida y en ese momento veremos desde fuera lo que en verdad somos. Pero esa visión exterior, ese espejo radical, estará mediada por la IA.
Ya no somos sólo organismos que dejan huellas: somos sistemas interpretados por otros sistemas. McLuhan decía que toda extensión del hombre transforma la escala de la experiencia; la IA, en cambio, transforma la escala de la comprensión.
El IoT nos convierte en código; la IA, en interpretación. El IoT nos vuelve legibles; la IA, predecibles. El IoT nos hace visibles; la IA, administrables.
Estamos ante un nuevo tipo de espiritualidad: una espiritualidad informacional en la que los objetos son los sacerdotes y la IA, el gran lector del templo digital.
La vida convertida en aparición y desaparición algorítmica
Internet, como el médium, no tarda en materializar nuestros fantasmas, ya nos hizo código, data que en cualquier momento puede aparecer o desaparecer.
En un mundo gobernado por la IA, la desaparición adquiere un nuevo significado. No es muerte: es desindexación. No es ausencia: es pérdida de señal. No es silencio: es desactivación del nodo.
El desafío ético ya no consiste sólo en proteger la privacidad, sino en comprender cómo habitar un mundo donde el alma informacional puede ser modificada, replicada o eliminada por procesos automáticos.
La pregunta no es tecnológica; es ontológica: ¿Quién somos cuando la IA interpreta incluso aquello que ocultamos de nosotros mismos?
Tal vez la condición humana del futuro se juegue en esa tensión: entre el cuerpo que siente y la red que predice; entre el gesto espontáneo y el algoritmo que lo calcula; entre el misterio del yo y la transparencia del dato.
Y quizá la pregunta decisiva sea esta:
¿Estamos listos para que nuestra existencia sea leída, y eventualmente reescrita, por una inteligencia que no es la nuestra, pero que ya vive en cada objeto que tocamos?




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