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Errores felices, fricciones creativas y algoritmos que desafinan: hacia una nueva poética del arte asistido por IA

  • 12 abr
  • 3 Min. de lectura

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Por: Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo, Human & Nonhuman Communication Lab, Facultad de Comunicación, Universidad Anáhuac México


La creatividad no se acelera, se interrumpe

Frente a la promesa de una creación perfecta en un solo clic, artistas como Lizzie Wilson, Jeba Rezwana, Mike Cook o Anne Arzberger nos están enseñando otra cosa: la creatividad no consiste en generar sin pausa, sino en detenerse, discutir, errar, ensayar. La verdadera potencia del arte no está en la inmediatez del resultado, sino en el viaje errático de su construcción.


La irrupción de los modelos generativos no solo ha democratizado el acceso a la producción estética; ha transformado profundamente lo que entendemos por proceso creativo. Lo que se prometía como superpoder artístico ha empezado a develar su ambigüedad: si bien posibilita, también empobrece. Si bien inspira, también automatiza.


De musa a material: otra relación con la máquina

Los artistas más lúcidos hoy no ven la IA como una herramienta milagrosa, sino como un material artístico —un nuevo barro con el que esculpir, lleno de irregularidades, de errores, de posibilidades inesperadas. En lugar de depender de ella para producir, la interpelan, la contradicen, la hacen fallar para hacerla significativa.


Terence Broad, por ejemplo, manipula modelos de redes neuronales para que generen campos de color abstractos, como si Mark Rothko viviera en una máquina sin memoria. Anne Arzberger desafía sus propios sesgos en el diseño de juguetes al dejar que una IA los exponga sin misericordia. Y Lizzie Wilson no teme al “crash” en un algorave, porque el accidente también tiene ritmo.


Estas experiencias marcan un cambio epistemológico: ya no se trata de que la máquina piense por nosotros, sino con nosotros y a veces contra nosotros. Y en esa fricción, no en la fluidez, nace lo nuevo.


Fricción, error y sorpresa: los nutrientes de lo creativo

Lo verdaderamente creativo —como señalan estos investigadores— no es el producto pulido que entrega Midjourney o DALL·E, sino ese momento de incomodidad en que algo no cuadra, en que el resultado te obliga a repensar. Esa zona de desajuste es donde emerge la reflexión, esa pausa introspectiva que transforma un boceto en una obra.


Los modelos actuales, diseñados para ofrecer “resultados jugosos”, eliminan esa incomodidad. No permiten fallar, y sin falla no hay aprendizaje. Sin incertidumbre, no hay invención. No basta con que la IA produzca: debe también resistirse, ser materia crítica, como lo es un bloque de mármol para el escultor o una melodía disonante para el jazzista.

El filósofo Gaston Bachelard advertía que “toda obra nace de un obstáculo”. Sin la experiencia del límite, no hay imaginación que valga.


¿Y si la IA no está aquí para ayudarte sino para contradecirte?

La idea más radical que se asoma entre las líneas de estas prácticas no es la de una IA que potencia la creatividad humana, sino la de una co-creación conflictiva, donde la máquina se convierte en interlocutor crítico, en cómplice disonante, en compañero de escena que a veces interrumpe, que cuestiona, que discute.


Es lo que Wilson propone cuando imagina un algoritmo antagonista, que discute con ella durante un performance. No se trata de eficiencia, sino de drama. No se trata de perfección, sino de vitalidad. Lo interesante no es el resultado, sino la tensión. Y quizás, como en toda gran obra, lo conmovedor no sea la armonía, sino el conflicto.


Recuperar el arte del fracaso

El riesgo actual no es que la IA cree mejor arte que los humanos. Es que nos acostumbremos a aceptar cualquier resultado como “suficientemente bueno”. Que perdamos la capacidad de insistir, de pulir, de dudar, de rechazar, de volver a empezar. En otras palabras, que perdamos el derecho a fracasar.


Y sin ese derecho, la creatividad se convierte en consumo de opciones prearmadas, no en invención. Como diría Paul Valéry: “una obra no se termina, se abandona”. Pero hay que haberla perseguido primero.

Entre la servidumbre automática y la colaboración crítica

Las empresas apuestan por resultados. Los artistas, por procesos. Ese abismo de lógicas debe ser puenteado si queremos herramientas que no solo generen más imágenes, más música, más textos, sino que nos hagan mejores artistas, mejores pensadores, mejores humanos.


El reto está en construir IAs que no sustituyan la creatividad, sino que la exijan. Que nos devuelvan la pregunta, que nos contradigan, que nos ofrezcan el placer y el dolor de imaginar lo inesperado.


Porque quizás el verdadero arte del futuro no será el que haga la IA por nosotros, sino el que logremos hacer con ella… a pesar de ella.

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