Democracia en riesgo: la crisis de la participación ciudadana
- 10 mar
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Por: Yossadara Franco Luna, Universidad Autónoma de Tlaxcala
El proyecto democrático moderno prometía igualdad, justicia y participación activa de los ciudadanos en la toma de decisiones. Sin embargo, la realidad muestra una tendencia preocupante: el deterioro de la democracia no ocurre solo por la corrupción o el abuso de poder, sino también por la inacción ciudadana. En el siglo XXI, la democracia enfrenta un desafío existencial: ¿cómo revitalizar la participación política cuando el propio sistema ha enseñado a los ciudadanos que su papel se limita a depositar un voto cada determinado tiempo?
El problema de la participación política
El modelo liberal ha consolidado una ciudadanía que, en su mayoría, se percibe a sí misma como espectadora del acontecer político. Bajo la idea de la libertad negativa –aquella que evita interferencias en la vida privada– la democracia liberal ha fomentado un tipo de ciudadano que delega sus responsabilidades públicas en representantes políticos, sin cuestionar activamente su desempeño ni participar en el debate de los asuntos comunes.
De acuerdo con el Informe Latinobarómetro 2023, en México el apoyo a la democracia cayó del 43% al 35% en solo tres años, mientras que el respaldo a regímenes autoritarios aumentó del 22% al 33%. Este fenómeno revela una profunda crisis de confianza en las instituciones y en la efectividad de la participación política.
La Encuesta Nacional de Cultura Cívica (ENCUCI) 2020 arroja datos aún más alarmantes: aunque el 69.6% de la población en México dice creer en la participación ciudadana, solo el 27.7% considera que tiene los conocimientos suficientes para involucrarse en política. Más preocupante aún, el 73.4% no sabe o nunca ha escuchado hablar sobre qué es la democracia.
Ciudadanía pasiva: la trampa de la democracia representativa
La democracia representativa ha sido diseñada para limitar la participación ciudadana a momentos específicos –como las elecciones– y canalizar el poder a través de una élite política profesionalizada. Como argumenta Robert Dahl (2009), la participación ciudadana no debe reducirse al acto de votar, sino extenderse al debate público, la supervisión del gobierno y la formulación de propuestas para el bien común.
No obstante, el modelo actual ha generado una paradoja: mientras más institucionalizados están los procesos democráticos, menos incentivos tiene la ciudadanía para involucrarse. Como señala Ovejero (2008), cuando las instituciones están diseñadas para prescindir de la participación activa de los ciudadanos, estos simplemente dejan de participar.
Además, esta pasividad ha permitido la consolidación de élites económicas y políticas que, al no encontrar una ciudadanía vigilante y demandante, imponen sus intereses particulares sobre el bien común. Como indica Ochman y Cantú (2013), la autoexclusión de los ciudadanos del debate público permite que solo aquellos con mayor poder económico y acceso a los espacios políticos logren influir en la agenda pública.
Educación y formación ciudadana: la clave para revitalizar la democracia
Para revertir esta tendencia, es fundamental recuperar una visión de la ciudadanía activa, aquella que no se limita a votar, sino que exige transparencia, participa en foros de discusión, vigila las políticas públicas y se involucra en la toma de decisiones. Sin embargo, este cambio no puede ocurrir sin una formación ciudadana adecuada.
Adela Cortina (2012) argumenta que la educación debe centrarse en la construcción de una ética pública basada en la virtud cívica, es decir, en la capacidad de los ciudadanos para actuar con responsabilidad y compromiso con su comunidad. Esto implica un cambio en el modelo educativo, que debe dejar de ser meramente instrumental –centrado en habilidades técnicas– para integrar una dimensión ética y deliberativa que fortalezca el sentido de pertenencia a lo público.
Además, la enseñanza de valores como la solidaridad, la justicia y el respeto a la pluralidad no debe quedar relegada al ámbito privado. Como señala López-Gómez (2011), la democracia requiere una formación que promueva el pensamiento crítico, la deliberación y el compromiso con el bien común, pues solo así podrá fortalecerse la participación ciudadana.
Conclusión
La crisis de la democracia no es solo una crisis de representación, sino una crisis de participación. Mientras los ciudadanos sigan percibiéndose como sujetos pasivos y desconectados de la esfera pública, los gobiernos seguirán actuando sin el contrapeso de una sociedad activa y demandante.
La única manera de revertir esta tendencia es a través de un cambio en la educación ciudadana, promoviendo valores que fomenten la participación activa y el compromiso con la construcción de sociedades más justas y equitativas. Porque, al final, una democracia sin ciudadanos involucrados es solo una fachada vacía.
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