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Ciudadanía en crisis: ¿estamos ante el fin de la democracia como la conocemos?

  • 10 mar
  • 3 Min. de lectura



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Por: Alejandro Roberto Alba Meraz, Universidad Nacional Autónoma de México


Durante siglos, la ciudadanía ha sido un concepto central en la configuración de las democracias modernas. Se ha entendido como el derecho y la responsabilidad de los individuos de participar en la vida pública, en igualdad de condiciones y con acceso a los mismos derechos. Sin embargo, en las últimas décadas, esta idea ha comenzado a desmoronarse. ¿Se trata de un cambio natural en la evolución de la democracia o de su descomposición irreversible?


Los mitos de la ciudadanía democrática

La concepción hegemónica de ciudadanía ha estado marcada por una serie de ideales que, en la práctica, rara vez se han cumplido. Norberto Bobbio (1986) señalaba que la democracia se construye sobre un mito: el de la igualdad política. Si bien las sociedades democráticas han proclamado la igualdad de derechos, lo cierto es que la ciudadanía ha estado históricamente jerarquizada. No todos los ciudadanos tienen el mismo acceso a la participación política, y las condiciones económicas, sociales y culturales determinan quién realmente ejerce su poder ciudadano.


Étienne Balibar (2013) sostiene que la ciudadanía no es un concepto estático, sino un proceso de transformación constante. En este sentido, lo que hoy entendemos por ciudadanía es solo una de sus posibles manifestaciones, sujeta a cambios y reinterpretaciones. En otras palabras, la democracia no es un sistema cerrado, sino una construcción en disputa.


Democracia sin ciudadanos: el auge del desinterés

Uno de los mayores desafíos que enfrenta la ciudadanía hoy es la indiferencia política. Estudios recientes del Latinobarómetro y The Economist Intelligence Unit muestran una alarmante disminución en el apoyo a la democracia, especialmente entre los jóvenes. En América Latina, por ejemplo, el número de ciudadanos que prefieren un gobierno autoritario antes que uno democrático ha aumentado en los últimos años.


Este fenómeno tiene múltiples explicaciones. Por un lado, la globalización ha erosionado el papel del Estado-nación, desplazando las decisiones políticas hacia instancias internacionales o corporativas. Por otro, las redes sociales han cambiado la manera en que los ciudadanos interactúan con la política, fomentando la fragmentación y la desinformación. Como señala Manuel Castells (2000), la política ya no se juega en los parlamentos, sino en los algoritmos de las plataformas digitales.


Ciudadanía flexible vs. ciudadanía cívica: dos modelos en disputa

Ante la crisis de la ciudadanía tradicional, han surgido nuevas formas de participación. Una de ellas es la ciudadanía flexible, un concepto desarrollado por Aihwa Ong (1999) para describir a los ciudadanos globales que adoptan distintas identidades según sus intereses económicos y políticos. En este modelo, la ciudadanía ya no está determinada por la pertenencia a un Estado, sino por la capacidad de movilidad y adaptación en un mundo globalizado.


Por otro lado, la ciudadanía cívica propone un retorno a la participación activa en la vida pública, fomentando el compromiso social y la creación de redes de solidaridad. Este modelo, defendido por Robert Putnam (1993), sugiere que la democracia solo puede sobrevivir si los ciudadanos asumen un papel activo en la construcción del bien común.


El futuro de la ciudadanía en la era digital

La digitalización de la vida política ha abierto nuevas posibilidades, pero también ha generado desafíos inéditos. La proliferación de noticias falsas, la manipulación de la opinión pública y la polarización extrema han debilitado la confianza en las instituciones. ¿Cómo puede la ciudadanía adaptarse a este nuevo entorno?


Una posible solución es la educación cívica digital, que permita a los ciudadanos desarrollar un pensamiento crítico frente a la información que consumen. Además, es necesario fortalecer las instituciones democráticas para garantizar que la participación ciudadana no sea una ilusión, sino una realidad tangible.


Conclusión

La ciudadanía, tal como la conocemos, está en crisis. No significa que la democracia esté condenada a desaparecer, pero sí que debe reinventarse. Si la ciudadanía flexible representa la fragmentación y la adaptación al capitalismo global, la ciudadanía cívica ofrece una alternativa basada en la participación activa y el compromiso con lo común.


El reto no es menor: ¿seguiremos aceptando una democracia de espectadores o nos convertiremos en ciudadanos activos? La respuesta definirá el futuro de nuestras sociedades.


Si deseas profundizar en este análisis, consulta el artículo completo en la revista Sintaxis:

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