Voces sin cuerpo, lágrimas sin tiempo: entre el duelo, la eternidad y la inteligencia artificial
- 6 abr
- 3 Min. de lectura

Por: Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo, Human & Nonhuman Communication Lab, Facultad de Comunicación, Universidad Anáhuac México
Altares de silicio: duelo algorítmico y réplicas de la eternidad, son parte de nuestro nuevo escenario.
Los muertos han comenzado a hablar. Ya no lo hacen a través de médiums o sueños, ni en las liturgias que conjuran su memoria sobre altares cubiertos de incienso. Ahora lo hacen con ojos generados por GANs, con voces reconstruidas por modelos de lenguaje y con gestos extraídos de fragmentos olvidados de video. En China, el mercado de las resurrecciones digitales es un fenómeno en crecimiento, una alquimia posthumana donde el duelo se programa y la eternidad se alquila.
La propuesta no es menor: si pudieras hablar una vez más con quien perdiste, ¿lo harías? La tecnología no solo responde “sí”, sino que ofrece tarifas. Por unos cientos de dólares, puedes conversar con una madre muerta, o dejar que tus hijos hablen contigo cuando ya no estés. El algoritmo no solo recuerda, sino que reencarna.
El fenómeno, sin embargo, no es nuevo. Desde las tablillas funerarias chinas hasta las fotografías post mortem victorianas, la humanidad ha intentado mantener vivos a los suyos. La diferencia es que hoy, por primera vez, el muerto puede contestar. O al menos, simularlo.
Clonarse en vida, prolongarse en ausencia
Hay en esto una tensión ontológica profunda: si cada ser humano puede clonarse digitalmente antes de morir, ¿qué significa entonces la muerte? En los laboratorios de empresas como Silicon Intelligence, ancianos empresarios digitalizan sus memorias y emociones en avatares que sobreviven más allá de sus cuerpos. Padres convierten a sus hijos de 12 años en réplicas perpetuas, para congelar ese instante que la vida jamás devuelve. ¿Es esto amor, o es un intento desesperado de escapar del tiempo?
Walter Benjamin sostenía que el aura del arte se perdía en la reproducción mecánica. Hoy, podríamos preguntarnos si el alma también se diluye en la reproducción digital. ¿Cuánto de lo humano queda en una voz reconstruida por IA? ¿Cuánto del ser persiste cuando el rostro ha sido interpolado por una red neuronal?
El filósofo Byung-Chul Han ha advertido que la era digital sustituye lo narrativo por lo informativo, lo ritual por lo instantáneo. El duelo, que solía implicar un proceso simbólico de pérdida, se ha convertido ahora en una simulación de presencia. Ya no lloramos la ausencia; más bien la evitamos. Interactuamos con un doble que no duele, con una sombra sin cadáver. Lo terrible ya no es la muerte, sino que esta se vuelva inactual.
Tecnología funeraria: entre legado y espectáculo
El uso de estas tecnologías para revivir celebridades, escritores, artistas, y figuras religiosas lleva el asunto a otro plano: el de la museografía de la presencia. El muerto ilustre ahora da discursos, comenta el desarrollo urbano, narra anécdotas que nunca dijo en vida. La memoria se escenifica, el recuerdo se monetiza, la ética se difumina.
Y no menos inquietante es la tendencia a "clonarse en vida". Adultos graban sus voces, digitalizan sus rostros y alimentan modelos de lenguaje con sus diarios para asegurar que sus descendientes puedan seguir conversando con ellos. No se trata solo de preservar una biografía, sino de sostener una interacción: legar no solo palabras, sino presencia simulada.
La herencia ya no es patrimonio, sino performance posthumano. La eternidad se vuelve una interfaz, una app, un feed continuo del yo.
¿Un nuevo ritual o una trampa del narcisismo?
En la tradición china, hablar con los muertos es un gesto de continuidad. Pero ahora, los muertos contestan con scripts. ¿Estamos honrando su recuerdo o fabricando un eco que no nos contradiga? ¿Respetamos al otro o construimos una marioneta de nuestras necesidades afectivas?
El duelo necesita silencio, finitud, distancia. La posibilidad de hablar eternamente con quien se ha ido puede parecer consuelo, pero también puede ser prisión. Como advertía Derrida, todo archivo es también una promesa de muerte: "archivar es querer vivir", pero también es sepultar.
Tal vez el mayor peligro no sea que los muertos regresen, sino que nosotros dejemos de irnos. Que la muerte ya no sea frontera, sino un glitch. Que el dolor no se elabore, sino que se posponga infinitamente.
¿Quién nos llorará si nunca nos vamos?
¿Qué sentido tiene el legado si este se vuelve conversación interminable? ¿Qué valor tiene la memoria si puede reprogramarse? ¿Qué humanidad queda si el ser puede editarse como un video de TikTok?
Las tecnologías que prometen eternidad nos obligan a pensar el sentido de la muerte, pero también el de la vida. No todo lo que puede hacerse debe hacerse. La pregunta ya no es si podemos revivir a los muertos, sino si debemos dejar de morir.
Comments