¿Estamos dispuestos a dejar que la IA toque nuestros cuerpos? De los algoritmos al sudor, del entrenamiento a la intoxicación
- 12 abr
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Por: Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo , Human & Human and Nonhuman Communication Lab , Facultad de Comunicación, Universidad Anáhuac México
Entrenadores invisibles, recetas letales y fragancias que no sentimos
Cada vez más, la inteligencia artificial entra en territorios íntimos: el cuerpo, el gusto, el deseo, la salud. Desde rutinas de ejercicio diseñadas por avatares digitales hasta perfumes formulados por algoritmos y libros sobre setas que pueden confundirte hasta matarte. Y entonces surge la pregunta: ¿estamos listos para confiar en un sistema que no tiene cuerpo con las decisiones que afectan al nuestro?
En Texas, Lumin Fitness opera con entrenadores virtuales. En el Reino Unido, Waitrose deja que la IA diseñe sus menús. En Amazon, los manuales para recolectar hongos escritos por IA proliferan como… bueno, como hongos. Y mientras tanto, desde la Casa Blanca, se exhorta al sector salud a “aprovechar el poder de la IA”. La promesa es clara: más eficiencia, más personalización, más prevención. Pero en esa ecuación, algo falta: el sentido del cuerpo, de la experiencia, de lo humano.
La ilusión del saber sin sentir
Las redes neuronales son expertas en detectar patrones, pero desconocen el peso de una sentadilla, el ardor de un músculo, la diferencia entre una shiitake y una philiotina rugosa. La IA no tiene gusto, no tiene hambre, no suda, no muere. Aun así, se nos ofrece como guía, como asistente, como experto. El riesgo no está solo en su limitación, sino en nuestra propensión a creerle.
Lo que antes era death by GPS, como advierte Melissa Heikkilä, podría ahora devenir en death by AI mushroom book. Y es que confiar en un sistema que no entiende lo que genera —solo predice lo probable— es ceder el juicio a una estadística sin cuerpo ni contexto. El cuerpo humano, por su parte, no es predecible, ni genérico, ni responde igual en todos.
El cuerpo como territorio simbólico y ético
Al dejar que una IA diseñe nuestra rutina física, nuestra dieta o nuestro tratamiento médico, corremos el riesgo de ceder el lugar de la experiencia vivida a una experiencia simulada. Y en el fondo, hay una paradoja: queremos que una tecnología sin cuerpo optimice el nuestro. Que un ente que no siente nos diga cómo sentirnos mejor. Que una entidad sin hambre ni deseo afine nuestro paladar.
Más que una herramienta, la IA se está volviendo una interfaz de decisión. Pero la salud no es una tabla de Excel, ni el bienestar se mide solo en pasos, calorías o niveles de oxígeno. El cuerpo es una narración compleja de tiempo, emoción, contexto y memoria.
La estética de lo saludable vs. la ética del cuidado
La salud se ha convertido en una estética: cuerpos “bien calibrados”, rutinas automatizadas, comidas perfectamente balanceadas, descanso medido en ciclos REM. Pero en esta lógica de la cuantificación total, corremos el olvidarnos del cuidado como práctica relacional.
Cuidarse no es solo seguir una rutina eficiente, sino habitar el cuerpo, escucharlo, equivocarse, probar, resistirse.
Los sistemas inteligentes no entienden de antojos, ni de cansancio emocional, ni del valor de un mal día. Solo responden a métricas. Y cuando esas métricas se presentan con voz humana y rostro amigable, olvidamos que, detrás, hay una estadística que no sabe que existimos como individuos.
Una pedagogía del escepticismo corporal
La única forma ética de avanzar hacia la integración de la IA en nuestras decisiones sobre el cuerpo es fomentar una alfabetización crítica y sustentable. Aprender cómo funcionan estos modelos, qué saben, qué no pueden saber, qué ocultan y qué simplifican. Etiquetar los contenidos generados por IA no es censura; es transparencia. Exigir estándares no es tecnofobia; es cuidado. Y preguntar si esa receta que parece exótica no te va a matar, es simple sentido común.
No se trata de negar el potencial de la IA. Se trata de recordar que, en lo humano, el error, la intuición, el contexto y el cuerpo importan. Que lo saludable no es siempre lo eficiente, y que la inteligencia —en su versión más profunda— requiere también sensibilidad.
¿Estamos listos para dejar que una IA moldee nuestro cuerpo… cuando ella no tiene uno?
En una época que celebra lo posthumano, deberíamos cuidar más que nunca de lo humano. Y eso incluye saber cuándo desconfiar, cuándo preguntar, cuándo dudar. Porque el cuerpo, a diferencia de los modelos generativos, no puede rehacerse con otro prompt.
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