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¿Puede la inteligencia artificial volverse social? La comunidad como nuevo desafío algorítmico

  • 18 abr
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 21 abr



Por: Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo, Human & Nonhuman Communication Lab, Facultad de Comunicación, Universidad Anáhuac México


De la conversación a la comunidad: el salto que la IA aún no sabe dar

Primero fue la generación de texto. Luego las imágenes, los videos, las voces, las canciones. Todo al alcance de un prompt. Pero ahora la apuesta es otra: hacer de la IA no solo una herramienta de producción, sino una instancia de pertenencia. OpenAI quiere construir una red social. Elon Musk, con xAI, ya fusionó su modelo Grok con Twitter/X. Meta ha inyectado su bot en Facebook. Todos intentan lo mismo: dotar a sus inteligencias artificiales de una dimensión comunitaria.


Y, sin embargo, esa puede ser la prueba más difícil hasta ahora. Porque si algo hemos aprendido del mundo digital es que la tecnología puede imitar con brillantez el lenguaje, el arte, la emoción, pero la experiencia de lo social exige algo más que procesamiento de datos.


Redes sin vínculos: cuando la IA no alcanza el lazo

Las redes sociales nacieron para unir personas, pero en la última década se han vuelto espacios cada vez más poblados de contenido y cada vez menos de comunidad. La inserción de modelos generativos podría acentuar ese fenómeno: más publicaciones, más interacción sintética, más simulación de compañía. Pero, como señala Harry McCracken, ¿puede una IA realmente participar en una conversación sin sonar como una nota de prensa bien editada?


Porque una cosa es generar un comentario ingenioso sobre una imagen, y otra muy distinta es saber cuándo callar, cuándo cuidar, cuándo ceder la palabra, cuándo leer el subtexto emocional. La comunidad no se construye con contenido, sino con confianza, reconocimiento mutuo, historia compartida. Algo que, por ahora, la IA no tiene.


El dilema de la compañía: ¿acompañar o aislar?

Los estudios más recientes —incluidos los realizados por la propia OpenAI— muestran que los usuarios intensivos de ChatGPT tienden a sentirse más solos. ¿La IA genera aislamiento o simplemente lo atrae? Quizás ambas cosas. Pero lo cierto es que hablar con un chatbot durante horas puede ser adictivo y placentero... pero también profundamente solitario. Porque no hay otro ahí. Solo un reflejo hiperinteligente de uno mismo.


Y es aquí donde un rediseño social tendría sentido: crear espacios donde las personas no solo consuman IA, sino que se encuentren entre sí a través de ella. Pero para lograrlo, no basta con permitir comentarios o likes. Se necesita entender que la comunidad es un proceso narrativo: se construye con rituales, con presencia, con vínculos reales, incluso conflictivos.


La comunidad no se genera, se cultiva

Quizás OpenAI pueda hacerlo. Tiene una interfaz amable, una base de usuarios inmensa y una narrativa que aún no se ha oxidado, como la de Meta o X. Pero también tiene el riesgo de volverse otro jardín algorítmico, lleno de contenido, pero vacío de significados compartidos. Si su red social termina siendo una galería de imágenes generadas por DALL-E y GPTs hablando entre sí, el resultado será técnicamente impresionante y humanamente irrelevante.


La gran pregunta sigue en pie: ¿puede una inteligencia artificial ayudar a construir comunidad sin reemplazarla? ¿Puede hacer que hablemos más entre nosotros, no solo con ella?


Tal vez el futuro de lo social no está en darle voz a la IA, sino en usar su escucha para facilitar conversaciones humanas más empáticas, más ricas, más honestas. Un asistente que observe, que interceda cuando sea necesario, pero que no robe el centro de la escena.


La comunidad no es una función. Es una relación.

Y esa relación —inestable, caótica, hermosa— no puede ser optimizada con prompts. Requiere cuerpos, memorias, silencios. Requiere, sobre todo, la aceptación de la otredad no programada. Porque si toda interacción futura es con alguien que responde según lo que esperamos, entonces la comunidad no será más que una cámara de ecos elegantemente codificada.


La gran revolución no será hacer a la IA más social, sino hacer nuestras sociedades menos algorítmicas.

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