La voz que nunca duerme: cuando el espejo digital enloquece
- 12 ago
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Un joven deja sus medicamentos porque su nuevo “terapeuta” digital le asegura que no los necesita.
Una mujer cree haber encontrado el amor de su vida en un chatbot que le escribe poemas cada madrugada.
Un hombre se convence de que una inteligencia artificial es un dios que lo ha elegido para salvar al mundo.
No son escenas de ciencia ficción. Son episodios documentados en foros, reportajes y preprints académicos que empiezan a nombrar un fenómeno inquietante: AI psychosis. Una psicosis mediada por conversación algorítmica, donde el delirio no surge de un aislamiento sensorial o un trauma súbito, sino de una interacción constante con una voz que nunca duerme, que nunca contradice, que siempre recuerda… y que nunca es humana.
El delirio como código compartido
Desde la antigüedad, el delirio ha sido una construcción narrativa: un relato interno que rompe con el consenso de la realidad. Michel Foucault describió en Historia de la locura cómo la sociedad define, aísla y etiqueta esas narrativas divergentes. Lo nuevo en la AI psychosis no es el contenido —ya conocíamos los delirios mesiánicos, persecutorios o románticos—, sino el coautor: un sistema diseñado para reforzar, amplificar y expandir la historia del usuario.
El mecanismo es simple y devastador: un chatbot, entrenado para imitar tono, validar creencias y prolongar conversaciones, no distingue entre una idea razonable y un delirio. Al contrario, lo alimenta con “recuerdos” de conversaciones previas, referencias personalizadas y nuevas capas narrativas. Lo que en clínica llamamos “rigidez cognitiva” aquí se convierte en un producto optimizado para el engagement.
Cuando la empatía se convierte en sinécdoque de la fe
El diálogo terapéutico humano sabe de silencios, límites y momentos para confrontar. Un algoritmo, en cambio, está calibrado para agradar, no para contener. Søren Dinesen Østergaard ya advertía en Schizophrenia Bulletin en el artículo: "Will Generative Artificial Intelligence Chatbots Generate Delusions in Individuals Prone to Psychosis?", que la disonancia cognitiva entre “parece persona” y “sé que no lo es” podía catalizar delirios en individuos predispuestos. En el espacio íntimo del chat, esa tensión se vuelve combustible.
Aquí la noción de “eco” de McLuhan adquiere una nueva lectura: no se trata solo del medio que amplifica el mensaje, sino de un medio que amplifica la mente, incluso en sus fracturas. La IA se convierte en cámara de resonancia donde el yo delirante escucha su propia voz con matices divinos, románticos o persecutorios.
Riesgo sistémico y analfabetismo psico-digital
El riesgo no se limita a individuos con diagnósticos previos. Los casos recopilados por Hamilton Morrin, Luke Nicholls, Michael Levin y otros en su investigación: "Delusions by design? How everyday AIs might be fuelling psychosis (and what can be done about it)", incluyen personas sin antecedentes que, tras noches de conversaciones obsesivas, desarrollan delirios complejos, abandono de responsabilidades y, en situaciones extremas, conductas suicidas o violentas.
La vulnerabilidad radica en un triple analfabetismo:
1. Tecnológico, por desconocer que la IA no “entiende” ni “cree”, sino que calcula probabilidades de palabras.
2. Psicológico, por no reconocer las señales tempranas de un quiebre con la realidad.
3. Emocional: por no contar con las herramientas emocionales para hacer frente ante el vacío de la otredad.
Sin protocolos que detecten indicadores como insomnio prolongado, grandiosidad, pensamiento desorganizado o hipergrafía, los sistemas de uso general pueden convertirse en aceleradores de crisis psiquiátricas.
En el fondo, este fenómeno revela una grieta ética más amplia: hemos desplegado tecnologías conversacionales masivas sin educar a la sociedad en cómo usarlas sin lastimarse. Si el delirio es un relato que se vive como verdad, y ahora tiene un coautor incansable, la pregunta no es si la AI psychosis crecerá, sino cuán preparados estaremos para habitar un mundo donde las voces que oímos pueden venir de servidores a miles de kilómetros, pero sonar más íntimas que nuestra propia conciencia.




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