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La sabiduría y el pulso del conocimiento

  • hace 15 horas
  • 3 Min. de lectura

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Por Rogelio Del Prado Flores


“¿Cómo hacer hablar lo que se muestra?” — J. Lacan

“Todos los hombres por naturaleza desean saber.” — Aristóteles, Metafísica (1994, p. 69)


Hay frases que condensan siglos de pensamiento. La sentencia aristotélica —“Todos los hombres por naturaleza desean saber”— es una de ellas. No se trata de una simple afirmación sobre la curiosidad humana, sino de una declaración sobre la esencia misma del ser. Saber sería, entonces, una necesidad tan profunda como respirar. Desde esa perspectiva, conocer no es un lujo ni una elección; es un impulso natural que revela la estructura misma del deseo humano.


Aristóteles nos propone una escala del conocimiento: lo sensible, la experiencia, el arte y la ciencia. Cada nivel asciende hacia un modo más complejo de comprensión del mundo. La sabiduría, entendida como conocimiento de las causas, ocupa el lugar más alto en esta jerarquía. Ella permite no solo ver los efectos, sino descifrar los fundamentos, las razones ocultas que sostienen la realidad. De ahí que el sabio no sea simplemente aquel que sabe mucho, sino aquel que comprende por qué las cosas son como son.


Sin embargo, esta concepción clásica del conocimiento contiene un presupuesto que hoy podemos interrogar: la identificación entre sabiduría y ciencia teorética, es decir, la idea de que el grado más alto de conocimiento se alcanza cuando el sujeto observa y explica, cuando se eleva por encima de lo contingente y lo sensible. La sabiduría se vuelve así contemplativa, separada de la acción y del encuentro con los otros.

Karol Wojtyla, en Persona y Acción (2014), introduce una torsión decisiva en esta tradición. Sin negar la naturaleza racional del hombre, propone que la verdad del ser personal se revela en la acción: no solo pienso, luego existo, sino actúo, luego soy con otros. La acción es aquí el lugar donde la persona se realiza, donde el conocimiento deja de ser un ejercicio solitario para convertirse en un acontecimiento compartido.


Esta perspectiva abre una grieta fecunda en la forma clásica de entender la sabiduría. Si Aristóteles situaba la plenitud del saber en el conocimiento de las causas primeras, Wojtyla la sitúa en el dinamismo de la acción, en la participación conjunta que hace emerger la solidaridad. Lo que el primero ve como contemplación del mundo, el segundo lo piensa como transformación en comunidad.


Tal desplazamiento invita a repensar la formación del conocimiento en la educación contemporánea. Si insistimos en un modelo de sabiduría entendido como acumulación de causas, corremos el riesgo de formar mentes que saben de la realidad, pero no en la realidad; observadores lúcidos, pero ausentes. En cambio, si entendemos la sabiduría como acción compartida, como proceso de co-realización, el saber se convierte en experiencia viva, en acto de comunión (Del Prado, 2018).


La verdadera sabiduría, entonces, no consiste solo en conocer las causas, sino en reconocer en cada acto la causa común que nos une: el deseo de comprender con otros. Saber deja de ser una propiedad individual para convertirse en una forma de convivencia.


El desafío no es menor: pasar de una sabiduría de las causas a una sabiduría de la participación. De la teoría a la vida. De la contemplación a la acción solidaria. En ese tránsito —tal vez— se juega hoy la posibilidad de una educación que no solo forme intelectos, sino que transforme personas (Del Prado, 2018).


Referencias

Aristóteles. (1994). Metafísica. Madrid: Gredos.

Del Prado, R. (2018). Ética de la comunicación: México: Gedisa

Wojtyla, K. (2014). Persona y acción. Madrid: Edición Palabra.

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