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El espectro de Michel de Certeau: pensar lo cotidiano desde la resistencia

  • hace 1 día
  • 3 Min. de lectura
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Por Rogelio del Prado Flores


I. Inauguración: Inventar lo cotidiano

Conmemoramos el centenario del natalicio de Michel de Certeau, pensador que nos enseñó a mirar lo invisible y a escuchar las prácticas mínimas donde la vida cotidiana resiste, inventa y transforma. Desde la Facultad de Comunicación de la Universidad Anáhuac México, nos honra abrir este congreso dedicado a quien supo entrelazar pensamiento, historia y experiencia con una delicadeza profundamente humana.

Nos unimos así a una iniciativa que viene de Francia, tierra natal de Certeau. Él nos recuerda que en las grietas del poder surgen las “maneras de hacer”: tácticas silenciosas con las que los sujetos se reapropian de los espacios diseñados por la producción y el control.


“Las prácticas cotidianas son maneras de aprovechar las oportunidades, de jugar con los mecanismos del poder, de transformarlos en otra cosa”.


En un tiempo donde la vigilancia digital y los sistemas de control simbólico parecen querer determinarlo todo, sus palabras adquieren una vigencia luminosa. Porque —como también escribió— “el arte de hacer no tiene reglas ni estructuras fijas, sino una inteligencia social que se rehace cada día en los intersticios de la norma”.


Desde el Centro de Investigación para la Comunicación Aplicada (CICA), celebramos este encuentro que reúne miradas sobre Freud, Foucault, Bourdieu y los desafíos de la cultura contemporánea. Nos proponemos pensar, junto a Certeau, esas “operaciones microbianas” que, en lo mínimo, reinventan la libertad del sujeto y el sentido de lo común.


Que este congreso sea —como diría él— una caja de herramientas para seguir inventando lo cotidiano desde la comunicación, la cultura y la esperanza.


II. Segundo día: resistir al ChatGPT

Esto no es una relatoría de las ponencias de ayer. Es, más bien, un intento de resistencia: resistir al ChatGPT. Intento pensar por mí mismo, como antes, cuando el mundo de las palabras era un territorio propio y los libros eran el refugio.


Ayer, este auditorio del CAD —habitualmente escenario de exámenes— se transformó en un espacio de reflexión, de experiencia, de imágenes y palabras. Por un instante, se abrió un mundo otro, capaz de hospedar el espectro de Michel de Certeau.


Un espectro no es un fantasma. No irrumpe de manera violenta: llega silencioso, deja apenas una marca. El fantasma impone; el espectro, en cambio, susurra. Puede ser un juez severo o un acompañante casual. Tiene nombre, es singular. El espectro de Certeau nos mostró su rostro de pedagogo: maestro de los modos de existir, de habitar el mundo, de tocar el suelo y las cosas.


Tocar y existir dejan huellas. Huellas que se inscriben en los cuerpos, en la materia viva, en los objetos. Ayer asistimos a un mundo de significaciones donde los detalles hablan y lo cotidiano se expresa con voz propia.

No era el lenguaje del consumo exagerado, sino una hermandad con las cosas: una óntica de lo familiar, donde lo extraño, pese a su rareza, se vuelve común porque existe. El mundo —ese tejido de entes orgánicos, físicos, intangibles y digitales— es lo habitado, lo compartido.


La ideología del consumo nos ha enajenado; por eso urge volver a lo simple, a lo que se ha vuelto invisible. La cosa me mira, el espacio me mira, y me pregunto si seré capaz de devolverles la mirada.


La fenomenología de la percepción ya no es solo un método: es una forma de vivir con las cosas. Mi cuerpo y mi psique me pertenecen, pero sé que el lenguaje de las cosas puede ir más allá de mi conciencia, rebasarla, trascenderla. En esa posibilidad se juega el futuro: un futuro que quizá será sin mí, pero donde las huellas de nuestro habitar permanecerán, esperando ser resignificadas por otros.


Los espectros nos dejan tareas. Se obsesionan con este mundo. Nos hacen responsables de mirar el tiempo con atención, de observar no solo el presente, sino también lo que nos antecede.


Tengo la tarea pendiente de leer con más detenimiento las huellas del psicoanálisis en la obra de Certeau y su diálogo con Foucault y Bourdieu. No para volverme más erudito, sino para aprender a vivir mejor con la historia.


He hablado en primera persona, pero solo porque el lenguaje lo permite. En realidad, espero que todos hayamos sido impregnados por esa comunidad de fantasmas que lleva el nombre de Michel de Certeau.


¿Acaso no hemos sido ya tocados por el gusto de una obra dedicada, precisamente, al hombre ordinario?


Nota final

Michel de Certeau sigue hablándonos, no desde la erudición, sino desde el gesto: en la forma en que habitamos lo pequeño, en cómo resistimos la homogeneización del mundo. Sus espectros —como los de la historia— no nos abandonan; nos invitan a seguir pensando, inventando, mirando con atención lo cotidiano.

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