La inteligencia artificial y la nueva convergencia humana
- hace 2 días
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Por Dra. Andrómeda Martínez Nemecio
En la era de la convergencia que Henry Jenkins describió con tanta lucidez, el ser humano dejó de ser un simple espectador para convertirse en creador, editor y distribuidor de cultura. Hoy, con la irrupción de la inteligencia artificial, asistimos a una segunda gran revolución: aquella en la que la creatividad humana se amplifica —o se cuestiona— a través de las máquinas. La IA no solo transforma los medios, sino que interpela nuestra manera de comprendernos como seres culturales.
Del prosumidor al “co-creador algorítmico”
Si Jenkins nos enseñó que el prosumidor es quien produce y consume contenido simultáneamente, ahora podríamos hablar de un co-creador algorítmico, un individuo que dialoga con la inteligencia artificial como con una extensión de su mente.
Herramientas como ChatGPT, DALL·E o Gemini no solo generan texto, imagen o música: procesan nuestra intención, interpretan emociones y devuelven posibilidades creativas. Sin embargo, lo fascinante no es la tecnología en sí, sino el modo en que la humanidad la asimila.
El verdadero acto de apropiación ocurre cuando la IA deja de ser una herramienta y se convierte en un lenguaje compartido, cuando el usuario aprende a comunicarse con la máquina desde la empatía y la ética, no solo desde la eficiencia.
Una convergencia más humana
En México, la cultura participativa digital que Jenkins identificó en fenómenos como los memes, los fandoms o los contenidos virales se está reconfigurando. Hoy, los creadores que antes usaban TikTok o YouTube como plataformas de autoexpresión, experimentan con IA para escribir guiones, diseñar vestuarios o producir arte.
Ya no se trata de imitar lo humano, sino de expandir lo posible.
La IA es, en este sentido, una nueva forma de convergencia cultural: une a comunidades diversas, democratiza la producción y abre espacios para voces antes invisibles. Jóvenes creadores de zonas periféricas pueden ahora producir videoclips, desarrollar videojuegos o ilustrar cuentos con calidad profesional. La convergencia, como escribió Jenkins, “no ocurre en los aparatos, sino en los cerebros de los consumidores”; y hoy, esos cerebros dialogan con algoritmos que aprenden de nosotros y con nosotros.
Los dilemas éticos del nuevo poder creativo
Sin embargo, la apropiación de la IA no está exenta de riesgos.
Como toda herramienta poderosa, refleja los sesgos, desigualdades y prejuicios del mundo que la alimenta. Si los datos de entrenamiento son parciales, el resultado también lo será. Además, el acceso desigual a estas tecnologías amenaza con profundizar la brecha digital que Jenkins ya señalaba en la cultura de la convergencia mexicana.
La verdadera pregunta no es si la IA nos reemplazará, sino qué haremos nosotros con la oportunidad de redefinir el sentido del trabajo, la educación y la creación. La inteligencia artificial puede ser un espejo ético que nos obligue a mirar nuestras propias decisiones: ¿creamos para comunicar o para acumular? ¿Para compartir conocimiento o para producir ruido?
Humanizar la inteligencia artificial
El reto de nuestra generación no es dominar la IA, sino humanizarla.
Eso implica usarla para potenciar la empatía, la memoria cultural y la colaboración. Significa entrenar algoritmos no solo con datos, sino con valores.
Como sociedad, debemos exigir que la tecnología sirva para reducir desigualdades y expandir la imaginación colectiva, no para sustituirla.
Si la convergencia cultural fue el despertar de los prosumidores, la era de la inteligencia artificial será el tiempo de los co-creadores conscientes: personas capaces de usar la tecnología sin perder la sensibilidad que nos hace humanos.
Conclusión
La apropiación de la inteligencia artificial no es un fenómeno tecnológico, sino una experiencia humana. Nos enfrenta a la posibilidad de ser más creativos, colaborativos y éticos, pero también a la tentación de delegar en la máquina lo que antes era exclusivamente humano: el pensamiento crítico, la emoción, la intención.
Como toda herramienta de poder, la IA no cambiará el mundo por sí sola; lo cambiará la manera en que decidamos convivir con ella.
En el fondo, la convergencia que Jenkins anticipó se ha transformado en un diálogo entre nuestra humanidad y nuestra invención. La pregunta ya no es qué puede hacer la inteligencia artificial por nosotros, sino qué haremos nosotros con nuestra inteligencia frente a ella.




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