La homogeneización de las voces: cuando la inteligencia artificial escribe por nosotros
- 7 may
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Por: Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo, Human & Nonhuman Communication Lab, Facultad de Comunicación, Universidad Anáhuac México
Una respuesta “sospechosamente amable”
Esa fue la primera pista. En un ecosistema donde la respuesta humana suele estar preñada de emoción, disenso, duda o, al menos, de alguna falta ortográfica, comenzaron a brotar frases correctas, ordenadas, neutras… inodoras. Como si alguien —o algo— respondiera no desde la experiencia, sino desde la estadística.
Janet Xu y su equipo de investigación en la Universidad de Stanford han documentado un fenómeno inquietante: la irrupción de inteligencias artificiales generativas en encuestas académicas, particularmente en plataformas como Prolific. Lejos de ser anecdótica, esta intromisión revela un síntoma profundo de nuestra era: la delegación de la subjetividad.
Cuando el yo se terceriza
Una encuesta ya no refleja necesariamente lo que una persona piensa, sino lo que una máquina formula como plausible. El yo se diluye. El testimonio se uniforma. Las diferencias —políticas, étnicas, ideológicas— se suavizan. La crítica desaparece en favor de la cortesía algorítmica.
Es cierto: no todos quienes usan herramientas como ChatGPT lo hacen con fines espurios. Algunos solo necesitan ayuda para articular sus ideas. Pero hay una diferencia crucial entre pedir ayuda para expresarse y permitir que una máquina piense por nosotros. Como bien apunta Xu: el riesgo no es solo ético, sino epistemológico.
La utopía de la amabilidad: una distopía de fondo plano
En los estudios previos a ChatGPT, los investigadores hallaron lenguaje cargado de emociones, con juicios morales, con frases incómodas. Incluso con expresiones deshumanizantes. El dato es incómodo, sí. Pero es real. La inteligencia artificial, en cambio, responde con neutralidad higiénica. Sin pasión. Sin aspereza. Sin verdad.
Y es que la verdad humana, a diferencia del promedio estadístico, duele, contradice, se equivoca, se arrepiente. “No hay palabra verdadera que no sea una lucha contra el silencio”, decía Paulo Freire. Las respuestas de una IA no luchan contra nada: solo repiten lo que su modelo les enseñó que suena bien.
¿Qué perdemos cuando todo suena correcto?
La diversidad expresiva no es un lujo de las encuestas: es su motor. Cuando todos los encuestados hablan como bots entrenados en retórica diplomática, lo que emerge no es conocimiento, sino apariencia de consenso.
Pensemos en lo que esto implica en temas como diversidad, discriminación o polarización política. ¿Qué ocurre si quienes responden ya no están diciendo lo que sienten, sino lo que creen que deberían decir —o lo que una IA dice por ellos—? El algoritmo no tiene miedo, ni rabia, ni memorias infantiles. Solo patrones.
Del dato vivo al dato prefabricado
El acto de responder una encuesta es también un acto de autoafirmación. De performance identitaria. Pero si ese acto es delegado a una máquina, ¿dónde queda el yo? ¿Qué queda del otro?
Jacques Derrida hablaba de la différance como aquello que impide que el sentido se fije del todo. La inteligencia artificial, al operar como un corrector semántico universal, anula esa diferencia. Ofrece respuestas sin cuerpos. Opiniones sin biografía. Sentidos sin historia.
La ética del tedio
Curiosamente, muchos participantes dijeron recurrir a la IA no por trampa, sino por cansancio. Porque la pregunta era confusa. Porque el diseño era largo. Porque el incentivo económico no justificaba el esfuerzo.
En ese gesto se esconde otra advertencia: cuando el diseño de investigación olvida al ser humano, el ser humano deja de estar presente.
No basta con pedir que no usen IA. No basta con prohibir el copy-paste. Es necesario reencontrar el arte de preguntar como acto de hospitalidad cognitiva. Porque una encuesta no solo recoge datos: abre ventanas a mundos subjetivos.
¿Qué pasará cuando todos respondamos igual, sin saberlo?
Si seguimos reemplazando el habla encarnada por sintaxis aprendida, ¿dónde quedarán nuestras grietas? ¿Qué pasará cuando la pluralidad se disuelva en un solo tono amable, correcto, políticamente inofensivo, pero profundamente inauténtico?
En ese momento, quizás descubramos que la verdad no era lo que podía ser dicho, sino lo que podía ser sentido.
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