La guerra invisible del lenguaje
- 2 oct
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Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo, Human & Nonhuman Communication Lab, Facultad de Comunicación, Universidad Anáhuac México
Cuestionamos al poder, pero muy poco el lenguaje con el que se construye. Nos indignamos frente a las estructuras que gobiernan la vida social, pero rara vez desmontamos la gramática que las sostiene. Y, sin embargo, el poder no se limita a los ejércitos, a los presupuestos o a los algoritmos; se funda, ante todo, en el lenguaje que le otorga legitimidad.
Las guerras contemporáneas no se libran únicamente en los campos de batalla ni en los pasillos de las instituciones: son guerras discursivas, guerras narrativas, guerras de encuadres y metáforas. Son guerras entre lenguajes hegemónicos; de miradas, de encuadres, de formas de nombrar y dar sentido al mundo. Son guerras que se deciden en las palabras que nombran, que clasifican y que silencian. Lo que Michel Foucault llamó “regímenes de verdad” no es otra cosa que la cristalización de discursos que, bajo la apariencia de neutralidad, modelan lo que consideramos posible, real, justo o deseable.
La gramática de lo hegemónico
Cada narrativa de poder funciona como una arquitectura invisible. Los encuadres mediáticos, las metáforas políticas, las etiquetas que circulan en redes, no son simples adornos del discurso: son las vigas y columnas que sostienen la percepción colectiva. Cuando una guerra se llama “operación especial”, cuando la vigilancia masiva se nombra “seguridad”, cuando la precariedad se presenta como “flexibilidad laboral”, el lenguaje ha cumplido su función de anestesia.
Las guerras mediáticas, entonces, son luchas por el monopolio del sentido. Como afirmaba Stuart Hall, la representación no es reflejo, es producción: es allí donde se juegan los significados que después naturalizamos como obvios. Nombrar es dominar, encuadrar es gobernar, narrar es administrar el horizonte de lo posible.
La batalla por la mirada
El campo de batalla es también la mirada. No se trata solo de qué se muestra, sino de cómo se muestra y desde qué ángulo. La guerra mediática elige sus héroes y villanos, sus víctimas visibles y sus ausencias deliberadas. Como en la pintura barroca, la luz y la sombra no son inocentes: dirigen la atención, silencian lo que no conviene, exaltan lo que debe recordarse.
Cada noticiero, cada tuit viral, cada serie que dramatiza la política, participa en esa coreografía. La saturación informativa no esclarece: confunde. La abundancia de relatos no diversifica: homogeneiza bajo fórmulas predecibles. Las guerras narrativas nos convierten en espectadores fascinados por la expectación, incapaces de percibir que detrás de cada relato hay un proyecto de mundo que busca imponerse.
La urgencia de una crítica narrativa
Resistir implica desmontar las lógicas del relato, cuestionar el modo en que nombramos la realidad. El poder no solo debe enfrentarse en sus estructuras visibles, sino en sus sintaxis, en sus metáforas, en los silencios que produce. De lo contrario, nos convertimos en consumidores pasivos de guerras que se libran en nuestro propio lenguaje.
El desafío es recuperar la capacidad de pensar de forma no programada, de cultivar narrativas alternativas, de revalorizar la palabra como herramienta de emancipación. Porque si aceptamos sin crítica los encuadres dominantes, el campo de batalla ya está perdido: no en los territorios geográficos, sino en las conciencias.
Hoy, que la violencia se estetiza y se transmite como espectáculo, la verdadera pregunta no es solo quién gana la guerra militar, sino quién gana la guerra del relato. ¿Quién decide qué palabras nombran al enemigo, qué silencios ocultan las víctimas, qué metáforas justifican la barbarie?
La emancipación no será posible si no aprendemos a cuestionar también el lenguaje con el que nos narran el mundo.




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