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La era del espejo roto: entre el Antropoceno, el Tecnoceno y la alfabetización digital crítica y sostenible

  • 6 abr
  • 3 Min. de lectura

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Por: Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo, Human & Nonhuman Communication Lab, Facultad de Comunicación, Universidad Anáhuac México


Hay épocas en que la humanidad levanta imperios sobre las cenizas de su conciencia. Y hay otras en que, al borde del colapso, comienza a mirarse, no en la superficie tersa de sus avances, sino en el espejo roto de sus consecuencias. Estamos en una de esas épocas.


El Antropoceno —esa era propuesta en la que la actividad humana es fuerza geológica— ya no es una metáfora académica. Es nuestra piel, nuestro aire, nuestra sed. La agricultura trajo abundancia y deforestación. La Revolución Industrial, crecimiento y carbono. La era digital, ahora, promete soluciones pero genera nuevas heridas: microchips en la sangre del planeta, algoritmos que consumen más agua que una ciudad, residuos electrónicos que crecen más rápido que la conciencia que los produce.


Y al centro de este nuevo ciclo emergente se dibuja otra palabra, aún más provocadora: Tecnoceno. Un nombre que no designa una era geológica, sino un régimen ontológico. Un tiempo donde la tecnología no solo transforma al mundo, sino que reconfigura lo que significa estar en él.


La ética del bit: ¿Quién limpia lo que no vemos?

En este tránsito del Antropoceno al Tecnoceno, cada avance viene con su sombra. Los centros de datos que sostienen nuestras IA, nuestras búsquedas, nuestros deseos digitalizados, consumen cantidades alarmantes de energía y agua. La huella hídrica y de carbono de cada modelo entrenado se acerca al consumo de países enteros.


Las grandes tecnológicas intentan responder: Microsoft y Google recurren a energías renovables; OpenAI colabora con infraestructuras neutras en carbono. Pero, ¿es suficiente? ¿Puede el mismo paradigma que produjo el daño diseñar su propia redención? La verdadera transformación, tal vez, no provenga de la eficiencia técnica, sino de una pedagogía del límite. De una nueva alfabetización.


Más allá del clic: hacia una alfabetización digital crítica y sostenible

No basta con saber usar dispositivos, ni siquiera con dominarlos.


Necesitamos desaprender hábitos y reaprender sentidos. Una alfabetización digital crítica y sostenible nos invita a interrogar, más que a consumir. A pensar antes de compartir, y a compartir con responsabilidad.


A preguntarnos:

• ¿Qué costo energético tiene mi almacenamiento en la nube?

• ¿Qué historia laboral y ecológica hay detrás de mi smartphone?

• ¿Qué modelo del mundo refuerza cada algoritmo que me sugiere lo que debo desear?


Esta alfabetización tiene tres dimensiones indisociables:

• La crítica: comprender el poder, los sesgos, las exclusiones que habitan los códigos y plataformas que usamos.

• La sostenible: reconocer que el universo digital tiene cuerpo: consume agua, minerales, electricidad, y produce residuos.

• La ética: recuperar el rostro del otro tras cada interacción digital; proteger su privacidad, su dignidad, su tiempo.


No se trata solo de apagar el dispositivo. Se trata de encender una mirada lúcida. Habitar el mundo digital como si fuera el mundo real —porque lo es— y como si de nuestras decisiones dependiera el porvenir —porque depende.


El cuerpo expandido de la conciencia

Cada búsqueda en Google, cada selfie almacenada, cada conversación mantenida con un bot, es parte de una coreografía invisible de servidores, cables, litio y agua. Si el Antropoceno fue el tiempo en que dejamos huella, el Tecnoceno es el tiempo en que esa huella se digitaliza. Y acaso solo una alfabetización crítica nos permita volverla también humana.


Así como aprendimos a leer libros para ser ciudadanos del papel, debemos aprender a leer la infraestructura digital para ser habitantes de esta nueva ecología. No como técnicos, sino como cuidadores. No como usuarios, sino como corresponsables de un mundo que aún puede elegirse.


La pregunta no es si la tecnología nos salvará o nos destruirá. La pregunta es: ¿seremos capaces de hacerla parte de un proyecto ético y ecológico compartido? Porque el futuro no se descarga: se construye.

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