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CDMX: brújulas para no naufragar en el territorio algorítmico

  • hace 11 horas
  • 4 Min. de lectura
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Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo, Human & Nonhuman Communication Lab, Facultad de Comunicación, Universidad Anáhuac México


Una pantalla no es un espejo: es un territorio. Entra uno confiado, como quien pisa una plaza iluminada, y descubre que bajo el pavimento laten las tuberías invisibles que administran la atención, el tiempo y la memoria. No basta “usar bien” la tecnología: hay que cartografiarla. Y si la ciudad es un organismo vivo, el ecosistema algorítmico que la habita merece plano, brújula y reglas de hospitalidad.


Topografía del hecho: del diagnóstico a la acción situada

La inteligencia artificial atraviesa lo íntimo y lo público; conmuta derechos y rutinas; negocia legalidad, economía, cultura y ecología. Por eso la agenda no puede quedarse en un decálogo de intenciones. Se propone, para la Ciudad de México, una arquitectura de gobernanza y alfabetización que conecte principios con procedimientos, y procedimientos con resultados verificables.


Cuatro ejes y tres principios. Acceso, uso, consumo y apropiación, sostenidos por existencia digital digna, soberanía de identidad y convivencia justa.


Acceso: conectividad con justicia distributiva, neutralidad de la red, accesibilidad y pertinencia cultural/lingüística. Acceder no implica pagar con los datos.


Uso: la IA como herramienta —no sustituto irresponsable— con autonomía humana, explicabilidad auditada por terceros y derecho al descanso mental.


Consumo: diseño ético por defecto (privacy/safety/wellbeing by design), portabilidad y control granular de datos, verificación frente a la infodemia y derecho a reparación para un consumo tecnológico sostenible.


Apropiación: identidad, memoria y comunidad protegidas; etiquetado riguroso de contenidos sintéticos; cuidado del archivo y del sí.


Cinco compromisos de ciudad.

1. Carta de Existencia Digital Digna–CDMX: dignidad, no discriminación algorítmica, transparencia/explicabilidad, soberanía de datos, bienestar psicoemocional y sostenibilidad ambiental como estándar vinculante para políticas, compras y servicios digitales.


2. Estándares de contratación pública en IA: privacy/safety by design; Evaluación de Impacto Algorítmico previa; auditorías independientes en sistemas de alto riesgo; obligación de explicación comprensible a las personas afectadas.


3. Programa Metropolitano de Alfabetización Crítica en IA: escuela, universidades, servicio público y formación continua, con módulos mínimos en derechos y vías de reparación; trazabilidad informativa; economía de la atención; huella ecológica; accesibilidad y diseño universal.


4. Cláusula de Derecho a la Desconexión en gobierno y proveed

ores para frenar la hiperdisponibilidad y proteger el descanso mental.


5. Mesa Permanente IA–Cultura–Trabajo: defensa de autorías, uso justo en entrenamientos de modelos, reconversión laboral y negociación colectiva ante automatización.


Cuatro instrumentos operativos.

(1) Registro público de sistemas algorítmicos de alto impacto en gobierno y servicios esenciales.

(2) Etiquetado robusto de texto, imagen, audio y video sintéticos en campañas y comunicación pública.

(3) Protocolo de impacto ambiental digital para centros de datos, compras verdes y derecho a reparación.

(4) Observatorio ciudadano de algoritmos —academia, industria y sociedad civil— con reportes trimestrales y mecanismos de queja y corrección.


Métricas que importan. Porcentaje de trámites con explicabilidad publicada; número de auditorías independientes; reducción de brecha y mejora de asequibilidad; adopción efectiva del derecho a la desconexión; cobertura de alfabetización (jóvenes y adultos); cumplimiento en etiquetado de sintéticos y en protocolos ambientales. Lo que no se mide, no mejora.


Gramáticas de la brújula: pensar, cuidar, co-diseñar

La vida digital no se habita a golpes de clic, sino con gramáticas compartidas. La primera es la del pensar, ejercicio civil que impide delegar la conciencia en una interfaz. El poder corresponde a la capacidad humana no simplemente de actuar, sino de actuar en concierto. Sin coordinación social, el poder se diluye en promesas tecnológicas que nadie puede exigir ni auditar.


La segunda es la del cuidar. En tiempos de “economía de la atención”, atender no es mirar: es sostener con mente y cuerpo lo que merece permanecer. Convertida en política pública, esa atención se traduce en tres hábitos colectivos:


Atención jurídica: derechos activables (explicabilidad, supervisión humana, no discriminación, responsabilidad atribuible) con vías de reparación claras.

Atención epistémica: trazabilidad de información, verificación, etiquetado de sintéticos y cultura de evidencia.


Atención ecológica: contabilizar la huella energética y material de la IA e introducir sobriedad digital en diseño y consumo.


La tercera es la del co-diseño. La IA no es meteorología: es infraestructura humana. Si el acceso deja de ser trueque entre servicio y privacidad; si el uso preserva autonomía y descanso; si el consumo incorpora bienestar por defecto y derecho a reparación; si la apropiación protege memoria, identidad y comunidad, entonces la interfaz recupera su naturaleza hospitalaria. Ahí ancla la ecuación que propongo: derechos + alfabetización crítica = ciudadanía que cuestiona, corrige y co-diseña.


Esta gramática pide también un urbanismo de pantallas. CDMX puede ser laboratorio de hospitalidad algorítmica si alinea licitaciones, contratos y reglamentos con la Carta; si exige Evaluaciones de Impacto Algorítmico antes de despliegues; si transparenta registros, auditorías y explicaciones para personas afectadas; si enseña, en barrios y escuelas, a leer términos de servicio con calma; si convierte la desconexión en derecho de salud pública. Con corresponsabilidad: gobierno que regula con ejemplo, industria que hospeda con diseño, academia que investiga y audita, ciudadanía que activa derechos y cultiva sobriedad digital algorítmica.

No olvidemos el criterio de responsabilidad planteado por Hans Jonas lo formuló para la técnica, pero hoy es consigna algorítmica—: que los efectos de nuestras acciones sean compatibles con una vida humana auténtica en la Tierra. Traducido a política digital: que ningún sistema de recomendación, scoring o reconocimiento invierta la carga de la prueba sobre quien menos poder tiene; que la opacidad no sea estándar de facto; que el bienestar cognitivo y psicoemocional sea medido y protegido como parte del servicio.


La cultura contemporánea empuja a la autoexplotación expresiva: producirnos sin pausa para alimentar métricas que nos devuelven cansancio. De ahí la pertinencia del derecho a la desconexión y de una higiene atencional que enseñe a discernir entre estímulo y sentido. No se trata de demonizar pantallas, sino de repolitizarlas: recordar que cada interfaz es un campo de decisiones morales, jurídicas, económicas y espirituales.


¿Qué cambia mañana si aceptamos este mapa? Que todo sistema algorítmico público pueda explicarse, auditarse y corregirse; que cada persona cuente con derechos activables y alfabetización practicable; que la interfaz deje de ser frontera de despojo y vuelva a ser plaza común. Si la pantalla es territorio, hagámosla ciudad: un lugar de paso y encuentro donde el dato no suplante al rostro y la eficiencia no jubile la justicia. La invitación es concreta: pedir tu explicación cuando una decisión automática te afecte; ejercitar la sobriedad digital en tu jornada; exigir etiquetado de lo sintético en lo público; acompañar a tu comunidad en el aprendizaje crítico. ¿Nos atrevemos a caminar con brújula y, juntos, redibujar el mapa?

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