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El Salvaje Oeste Digital: Arquetipos, desplazados y la promesa rota de la IA como frontera de sentido

  • hace 13 horas
  • 4 Min. de lectura
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Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo

Human & Nonhuman Communication Lab | Universidad Anáhuac México


Del mapa al extractivismo: la muerte del navegante y el nacimiento del excavador

Hubo un tiempo en que navegar por internet era una experiencia cercana a la aventura. Cada sitio era una isla, cada enlace un puente incierto, cada visita un descubrimiento. Era la época de los “navegadores”, donde el usuario era un cartógrafo digital, trazando rutas y mapas en un océano de hipertextos. El placer estaba en el viaje: perderse, encontrar, volver a perderse. Google era brújula, pero no destino.


Hoy, ese paisaje ha cambiado drásticamente. La metáfora de la navegación ha sido reemplazada por otra más cruda y violenta: la minería de datos. Ya no se trata de viajar por la web, sino de excavar en ella. No se trata de disfrutar el recorrido, sino de llegar rápido al resultado. No de interpretar el mapa, sino de perforar el suelo digital en busca de valor oculto. Hemos pasado del flâneur digital al ingeniero de extracción. De la errancia poética al algoritmo optimizador.


En este cambio de paradigma ha nacido una nueva geografía simbólica: el salvaje oeste digital. Un territorio sin ley, donde la inteligencia artificial —con sus interfaces conversacionales y sus agentes autónomos— se convierte en la nueva locomotora que arrastra a pueblos enteros hacia una fiebre del oro cognitivo. Pero ¿quién extrae, quién media, quién se beneficia y quién queda desplazado?


Arquetipos de la fiebre algorítmica

En este nuevo escenario, emergen figuras que recuerdan al western clásico, pero reconfiguradas por los códigos binarios:

  • Los buscadores de oro: Son las grandes corporaciones tecnológicas y los emprendedores de IA que ven en cada dato una pepita dorada. Su objetivo: extraer patrones, predecir conductas, monetizar hábitos. Son pioneros en territorios no explorados, pero también colonizadores de subjetividades.

  • Los cuatreros digitales: Aprovechan la ausencia de regulación para saquear, manipular, capturar lo íntimo. Son los piratas de la privacidad, ladrones de identidad, traficantes de deepfakes, ingenieros del caos.

  • Los nuevos sheriffs: Organismos éticos, instituciones académicas, grupos de regulación que intentan poner límites, generar marcos, establecer una jurisprudencia digital. Pero sus armas suelen ser más morales que efectivas.

  • Los mercaderes de pócimas mágicas: Vendedores de promesas milagrosas de eficiencia, personalización y bienestar que esconden algoritmos opacos. Venden soluciones sin resolver los problemas estructurales.

  • Los profetas y evangelizadores: Aquellos que, con convicción o estrategia de marca, predican los beneficios de la IA. Hablan de futuro, de inclusión, de educación personalizada, de revolución social… mientras el modelo de negocio sigue siendo el extractivismo de datos.

  • Los antropólogos de frontera: Investigadores, artistas, comunicadores que documentan los efectos culturales de este nuevo orden. Observan cómo se desplazan los saberes, cómo mueren las lenguas digitales, cómo se extinguen formas de pensamiento. Son la conciencia arqueológica del presente.


Desplazados y monocultura: ¿quién pierde cuando gana la IA?


Como en todo proceso extractivista, hay desplazados. Los pueblos originarios del conocimiento digital —los creadores de contenidos, los usuarios críticos, los educadores artesanos, los defensores del anonimato— son arrinconados por una lógica que premia la homogeneidad y castiga la diferencia.


El algoritmo no reconoce matices: entrena en promedio, reproduce sesgos, aplasta la diversidad en nombre de la eficiencia. Así, detrás de la ilusión de pluralidad, se gesta una monocultura algorítmica. Una especie de supermercado global del saber, donde todo está etiquetado, procesado, neutralizado.


Este nuevo colonialismo digital no impone religiones ni lenguas, sino formas de percepción, de atención, de relación. Nos dice qué ver, cómo sentir, cuándo hablar. Automatiza la experiencia antes de que podamos vivirla.


Nuevas agencias, viejas lógicas


El surgimiento de agentes conversacionales, avatares, GPTs, asistentes personalizados y bots promete una ampliación de la agencia humana. Pero, ¿quién programa a esos agentes? ¿Con qué valores? ¿Con qué propósito?


En esta frontera de sentido emergen nuevos sujetos híbridos —cyborgs cognitivos, usuarios aumentados, inteligencias colaborativas— que podrían enriquecer nuestra comprensión del mundo. Pero si esos sujetos son entrenados bajo lógicas neoliberales, extractivas, reduccionistas, ¿no estarán simplemente replicando las viejas injusticias con una interfaz más amable?


Nos enfrentamos a una paradoja: más tecnología, menos humanidad. Más datos, menos pensamiento. Más Photoshop menos Foucault. Más interfaces, menos sentido. Es decir, una sofisticación del simulacro que amenaza con convertirse en destino.


El duelo del navegante: una ética para los cartógrafos del futuro

La gran pregunta no es qué puede hacer la IA, sino qué no debería hacer. No qué puede automatizarse, sino qué debe seguir siendo humano, deliberativo, incómodo. Como aquel navegante antiguo que miraba las estrellas para orientarse, necesitamos una brújula ética que nos devuelva el rumbo.


Tal vez la solución esté en recuperar el espíritu cartográfico: enseñar a los nuevos usuarios a mapear, no solo a consultar; a buscar, no solo a pedir; a narrar, no solo a reaccionar. Que las plataformas no sean rutas de escape del pensamiento, sino territorios de construcción de sentido.


Y para ello, necesitamos de los nuevos “guardianes del sentido”: educadores, comunicadores, diseñadores de futuros que se atrevan a cuestionar la promesa rota del progreso automático. Que se conviertan en los “sheriffs simbólicos” de esta nueva frontera.


No toda frontera es destino

El oeste digital, como toda frontera, es una promesa y una amenaza. Puede ser el escenario de una nueva comunidad digital basada en la justicia epistémica, o la repetición high-tech de las violencias del pasado. Dependerá de nosotros —de nuestras decisiones éticas, políticas y comunicativas— si dejamos que el polvo de los algoritmos cubra toda forma de alteridad, o si logramos abrir brechas para que lo humano y lo no humano convivan sin aniquilarse.


En la era del extractivismo cognitivo, el pensamiento crítico es nuestra última mina de oro.

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