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Inteligencia artificial, producción audiovisual y responsabilidad ética: autoría, derechos y modelos de negocio en el contexto mexicano

  • hace 4 horas
  • 4 Min. de lectura
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Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo

Human & Nonhuman Communication Lab

Facultad de Comunicación, Universidad Anáhuac México


La irrupción de la inteligencia artificial en la producción audiovisual no constituye únicamente una innovación técnica o un cambio de herramientas: representa una reconfiguración profunda del ecosistema creativo, de sus lógicas de autoría, de sus marcos legales y de sus modelos de sostenibilidad económica. En México, este debate adquiere una relevancia particular, pues se cruza con una industria históricamente desigual, con desafíos estructurales en materia de derechos de autor y con una necesidad urgente de innovación que no sacrifique la dignidad del trabajo creativo ni la diversidad cultural.


Hablar hoy de producción audiovisual implica reconocer que el acto de crear ya no ocurre en soledad ni en una relación lineal entre autor, obra y público. La inteligencia artificial se ha instalado como una nueva capa de mediación que altera los ritmos, los costos, las estéticas y, sobre todo, las responsabilidades de quienes participan en la cadena creativa. No se trata únicamente de acelerar procesos o de sofisticar resultados; se trata de una mutación ontológica del hacer audiovisual, donde la técnica deja de ser un simple instrumento y se convierte en un actor con agencia simbólica.


En este nuevo escenario, la noción de autoría se tensiona hasta sus límites. La tradición jurídica mexicana, al definir al autor como persona física, protege una idea profundamente humanista de la creación: aquella que reconoce en la obra una extensión biográfica, ética y sensible de quien la produce. Sin embargo, cuando sistemas algorítmicos intervienen en la escritura de guiones, la generación de imágenes, la síntesis de voces o la composición musical, emerge una zona gris en la que la autoría humana corre el riesgo de diluirse. No porque la máquina cree en sentido pleno, sino porque su mediación puede invisibilizar las decisiones, los criterios y las responsabilidades de quienes la operan.


Esta dilución no es inocua. La producción audiovisual no solo entretiene: construye imaginarios, fija memorias, modela identidades colectivas. En un país como México, donde el audiovisual ha sido históricamente un espacio de disputa simbólica y de representación social, permitir que la autoría se vuelva anónima o meramente técnica implica renunciar a la trazabilidad ética de los relatos. La pregunta ya no es solo quién firma una obra, sino quién responde por ella.


A esta tensión se suma el problema del entrenamiento algorítmico y la originalidad creativa. Los sistemas de inteligencia artificial aprenden a partir de grandes repositorios de obras preexistentes, muchas de ellas fruto del trabajo de creadoras y creadores que jamás otorgaron consentimiento para ese uso. Aunque el discurso técnico insista en que no hay copia sino abstracción de patrones, la reproducción de estilos, tonos y estructuras narrativas plantea una inquietud profunda: ¿qué ocurre cuando la creatividad se convierte en una estadística optimizada? La autenticidad, entendida como gesto singular y situado, corre el riesgo de ser reemplazada por una estética promedio, eficiente pero vaciada de contexto.


Desde el punto de vista económico, la IA abre un horizonte ambivalente. Por un lado, democratiza el acceso a herramientas que antes estaban reservadas a grandes estudios; por otro, puede convertirse en un mecanismo silencioso de precarización laboral. La reducción de costos y tiempos no puede justificarse si se construye sobre la erosión del trabajo creativo, la invisibilización de oficios o la concentración del valor en pocas plataformas. Los modelos de negocio que emerjan de esta transición deberán decidir si apuestan por una lógica extractiva o por una economía creativa corresponsable.


En este punto, la dimensión de género adquiere una relevancia ineludible. La industria audiovisual ha sido históricamente desigual en el reconocimiento y la participación de las mujeres. La inteligencia artificial puede reproducir esas asimetrías si se alimenta de datos sesgados, pero también puede convertirse en una herramienta de corrección y apertura si se diseña con criterios de equidad, diversidad y justicia cultural. La tecnología no es neutra: refleja los valores de quienes la conciben y la implementan.


La responsabilidad de las grandes plataformas tecnológicas es, por tanto, estructural. No basta con ofrecer herramientas potentes; es necesario establecer marcos claros de uso, atribución y rendición de cuentas. La relación entre empresas tecnológicas globales y productoras locales mexicanas debe pensarse como una alianza cultural, no solo como un acuerdo comercial. Capacitar, transparentar y co-crear son verbos más urgentes que automatizar y escalar.


El vacío normativo en torno a la responsabilidad legal de los contenidos generados o asistidos por IA revela otra capa del problema. Cuando una obra vulnera derechos, difunde discursos de odio o daña la reputación de una persona, la pregunta por la autoría se transforma en una pregunta por la culpa y la reparación. Sin un marco que reconozca la cadena completa de decisiones, la responsabilidad corre el riesgo de evaporarse entre usuarios, desarrolladores y plataformas.


En el fondo subyace una cuestión cultural más profunda: la amenaza de la homogeneización. La lógica algorítmica privilegia lo predecible, lo escalable, lo que ha demostrado funcionar. Pero la cultura vive de la excepción, del riesgo, de la voz disonante. Defender la diversidad audiovisual mexicana en la era de la inteligencia artificial implica resistirse a que el algoritmo dicte el tono de nuestras historias.


La inteligencia artificial no es un destino inevitable ni un enemigo a combatir, sino un territorio ético en disputa. Para la producción audiovisual en México, el desafío no consiste únicamente en adoptar la IA, sino en habitarla con conciencia, redefiniendo la autoría, protegiendo los derechos de quienes crean, diseñando modelos de negocio justos y garantizando que la innovación tecnológica no se construya a costa de la dignidad humana, la diversidad cultural y la responsabilidad social.


Ese es, en el fondo, el verdadero reto ético y legal de la IA: no preguntarnos solo qué puede hacer por la industria audiovisual, sino qué tipo de industria y de sociedad estamos dispuestos a construir con ella.

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