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¿Estamos abrazando la IA en la educación por las razones correctas?

  • hace 11 horas
  • 3 Min. de lectura
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Por: Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo

Human & Nonhuman Communication Lab – Universidad Anáhuac México

La fascinación que despierta la inteligencia artificial en el ámbito educativo parece irrefrenable. Se multiplican las promesas: personalización del aprendizaje, automatización de tareas administrativas, inclusión de estudiantes con discapacidad, mejoras en la eficiencia, retroalimentación en tiempo real. Pero mientras los discursos celebratorios crecen, el pensamiento crítico parece retroceder. ¿Estamos integrando la IA en nuestras aulas por razones pedagógicas o por una seducción tecnológica sin brújula ética?


Educación a la velocidad del algoritmo

Vivimos en una época donde el tiempo pedagógico ha sido colonizado por la inmediatez. Como bien señala Manos Antoninis en el World Education Blog, los adolescentes —cuya alfabetización digital parecía prometedora— muestran hoy una preocupante caída en sus habilidades lectoras, consecuencia de más de una década de sobreexposición a herramientas digitales. No se trata de alarmismo: se trata de revisar qué entendemos por “aprender” en un entorno saturado de pantallas.


La IA no es neutral. Su incorporación al aula no puede medirse sólo por su eficiencia o por su capacidad de adaptarse al perfil del usuario. La educación no es un sistema operativo que se optimiza, sino un acto profundamente humano, donde la incertidumbre, el error, la pausa y la reflexión tienen un valor irremplazable.


Cuatro heridas abiertas

Antoninis identifica con claridad cuatro riesgos ineludibles:


1. Comercialización del aprendizaje: ¿No estamos convirtiendo la escuela en un laboratorio de prueba para herramientas diseñadas con fines lucrativos, más que educativos? ¿Quién se beneficia realmente de la IA educativa?


2. Desinformación y sesgos algorítmicos: Los modelos de IA replican sesgos estructurales. ¿Qué sucede cuando un chatbot perpetúa estereotipos de género, racismo o clasismo en sus respuestas? ¿Cómo protegemos la formación crítica de los estudiantes frente a contenidos generados sin supervisión ética?


3. Equidad y sostenibilidad: Si el acceso a herramientas de IA depende de licencias comerciales, ¿qué pasa con los contextos de alta marginación? ¿Estamos ampliando la brecha digital en nombre de la innovación?


4. Pensamiento crítico en riesgo: Si los estudiantes ya no investigan, comparan, debaten, sino que preguntan a una IA y copian su respuesta, ¿dónde queda el ejercicio del juicio, la interpretación y la creatividad?


El acto de educar: entre el misterio y el sentido

Educar es mucho más que transmitir información. Es formar en libertad, en discernimiento, en ética. Es, como decía Paulo Freire, un acto de amor, y por tanto, un acto de valentía.


La inteligencia artificial puede ser una herramienta poderosa, pero no puede reemplazar el vínculo humano, el silencio fecundo de una pregunta sin respuesta, la mirada de un docente que acompaña procesos vitales más allá de los contenidos. La escuela no es una máquina de instrucción, sino un espacio de construcción de sentido.


El peligro no está en que las máquinas piensen como humanos, sino en que los humanos dejemos de hacerlo. Si no queremos que nuestros jóvenes se conviertan en autómatas que delegan su pensamiento a un algoritmo, debemos enseñarles a dudar, a argumentar, a sentir, a resistir.


¿IA educativa? Sí, pero con ética y evidencia

Antes de abrazar la IA como una solución mágica, necesitamos algo más que entusiasmo: necesitamos evidencia rigurosa de que mejora el aprendizaje de forma equitativa, escalable y sostenible. No podemos sacrificar principios pedagógicos en aras de la novedad tecnológica.


Debemos preguntarnos:

¿Qué tipo de ciudadanía estamos formando?

¿Qué tipo de vínculo construye la IA entre docente y estudiante?

¿Qué lugar ocupan el cuerpo, la emoción, el conflicto, las emociones, el juego en esta nueva pedagogía mediada por máquinas?


Volver a lo humano en la era del artificio

Como humanidad, ya hemos cometido errores en el pasado por avanzar sin reflexionar. La educación no puede ser la próxima víctima de una tecnolatría sin alma. Integrar la IA no debe ser un acto de fe ciega, sino una decisión ética, epistémica y antropológica profundamente consciente.

No se trata de rechazar la tecnología, sino de reencantar la educación con una mirada que privilegie la justicia, la integridad, la empatía y el sentido.


La IA puede ser aliada, pero nunca reemplazo de la relación viva, contradictoria y fecunda que constituye la esencia del acto educativo.

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