El silencio que habita entre nosotros: sobre el vacío social de una generación hiperconectada
- 7 abr
- 3 Min. de lectura

Por: Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo, Human & Nonhuman Communication Lab, Facultad de Comunicación, Universidad Anáhuac México
Un joven universitario camina entre cientos de cuerpos que, como el suyo, habitan los mismos pasillos, cruzan las mismas puertas, respiran el mismo aire. Y sin embargo, la sensación es de soledad. La paradoja es brutal: nunca hemos estado tan cerca y tan lejos al mismo tiempo. Nunca tan disponibles, nunca tan inaccesibles.
En la investigación de Jamil Zaki, psicólogo de Stanford, la Generación Z emerge como un territorio emocional erosionado, desconectado de su propia necesidad de vínculo. No es que no deseen la cercanía. La anhelan. Pero viven convencidos de que el otro no la desea. Como si el espejo social estuviera empañado por una niebla de escepticismo.
Zaki lo llama una "inercia social", pero es mucho más que eso. Es una herida antropocénica, una consecuencia directa del ecosistema digital en el que esta generación fue gestada. Un entorno que, bajo la promesa de la hiperconexión, ha sustituido los vínculos reales por simulacros de cercanía.
Cartografías del desencuentro
El vacío relacional de los jóvenes no es solo un asunto de carácter psicológico. Es también un fenómeno económico, tecnológico, comunicacional y, sobre todo, simbólico. Como lo advertía Paul Virilio, vivimos una aceleración sin precedentes que no nos lleva al contacto, sino al choque. Un colapso de significados donde el otro es más amenaza que posibilidad.
Este desencuentro se agudiza en un tiempo de polarización. La otra opinión no es interlocución, es enemistad. Lo diferente se transforma en trinchera. Y en medio de esta fragmentación, cada joven construye su burbuja informativa, su feed personalizado, su refugio de códigos compartidos, donde lo único que no hay es alteridad.
Zaki muestra cómo los jóvenes sobreestiman el rechazo que podrían encontrar. Subestiman, por el contrario, el deseo de conexión del otro. Y se autoexilian. Este sesgo perceptual es, en realidad, un sesgo epocal: creemos que vivimos rodeados de amenazas, cuando estamos rodeados de ansiosos buscadores de afecto.
Alfabetizar el alma digital
Este paisaje demanda algo más que tecnología: demanda una nueva forma de leer el mundo digital. Una alfabetización digital crítica y sustentable. No basta con enseñar a usar herramientas. Es preciso enseñar a cuestionarlas, a comprender sus impactos ecológicos, éticos y afectivos.
Como plantea Freire, alfabetizar no es solo decodificar símbolos, sino leer el mundo. Y hoy el mundo es digital. Necesitamos aprender a habitarlo sin ser devorados por él. Entender, por ejemplo, que cada click tiene un costo ambiental, que cada like modela una narrativa, que cada decisión de consumo digital es también una decisión política y afectiva.
Esta alfabetización implica tres dimensiones:
La crítica: para cuestionar los intereses que subyacen a nuestras plataformas.
La sustentable: para reducir nuestra huella digital y cuidar el entorno que habitamos.
La ética: para no olvidar que del otro lado de la pantalla hay una vida.
La restauración del lazo
Si algo revela el estudio de Zaki es que basta un gesto, una señal, una pequeña intervención para restituir la confianza en el otro. En Stanford, bastó mostrar a los estudiantes que sus compañeros también anhelaban vínculos para que las interacciones se multiplicaran.
No necesitamos algoritmos más sofisticados, sino puentes más honestos. No avatares más realistas, sino miradas más sinceras. No simulaciones de afecto, sino coraje para preguntar: ¿te puedo acompañar?
El vacío que habita entre nosotros no es una condena, es una consecuencia. Y toda consecuencia puede transformarse si hay voluntad. Si la tecnología nos ha separado, también puede ayudarnos a reencontrarnos. Pero eso exige un cambio profundo: dejar de usarla como escudo y convertirla en herramienta de cuidado.
Porque en una era donde todo puede ser automatizado, el afecto sigue siendo la última resistencia de lo humano. Y quizás también, su redención.
Comments