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El espejismo del progreso: incertidumbre humana en la era de las soluciones definitivas

  • 13 jun
  • 3 Min. de lectura
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Por: Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo, Human & Nonhuman Communication Lab, Facultad de Comunicación, Universidad Anáhuac México


A lo lejos, la incertidumbre no es una niebla que oculta el porvenir: es el paisaje mismo. Y sin embargo, el siglo XXI insiste en cubrirla con una máscara de algoritmos, indicadores y narrativas de crecimiento. En la visión panorámica que nos ofrece el informe preliminar del Human Development Report 2025 del PNUD, no sólo se nos revela una cartografía del malestar contemporáneo; se desnuda, sin ambages, el costo humano de un sistema que ha confundido desarrollo con acumulación, bienestar con competencia, y futuro con dominación.


Este documento, lejos de ofrecer simples estadísticas o sugerencias operativas, se erige como un testimonio de las contradicciones que habitan el corazón mismo del proyecto moderno. Nos dice que la incertidumbre percibida por las personas sobre su seguridad, su salud, su trabajo, su entorno natural y su porvenir, no decrece —a pesar de los avances tecnológicos y económicos—, sino que se expande como una mancha de ansiedad que se vuelve estructural. No se trata de un error de cálculo: es la señal de que el desarrollo humano, tal como lo hemos entendido, ha sido secuestrado por una lógica tecnocrática que olvida al sujeto y privilegia los sistemas.


Territorios del temor: el desarrollo sin brújula

En la tradición de Zygmunt Bauman, podríamos hablar de una “modernidad líquida” que se ha vuelto volátil hasta en sus promesas. El informe señala que, a pesar de que el Índice de Desarrollo Humano (IDH) alcanza su nivel más alto desde su creación, también lo hace la desigualdad en la distribución de dicha mejora. La paradoja es brutal: el mundo produce más, se comunica más, predice más… pero se cuida menos.


Más de la mitad de la población global, según el informe, siente que el sistema ya no les ofrece certezas básicas sobre su supervivencia o bienestar. No es sólo que se haya debilitado el contrato social: es que el sistema de confianza colectiva ha sido sustituido por una economía del miedo que promueve la competencia como virtud moral. Se sienten desamparados ante un sistema que los responsabiliza de sus fracasos mientras aplaude la concentración obscena del poder tecnológico y económico en manos de pocos.


La crisis de la agencia —esa capacidad de sentir que uno puede influir en el curso de su propia vida— se convierte así en el nuevo rostro del subdesarrollo. No hay cifras que compensen el vértigo existencial de millones que viven atrapados en sistemas que, en nombre del desarrollo, perpetúan su marginalidad.


De datos a destinos: una ética del no saber

El informe del PNUD propone un giro urgente en la noción de desarrollo: abandonar la obsesión por lo predecible y abrazar una ética de la incertidumbre, donde la diversidad de contextos, lenguajes y aspiraciones sea el punto de partida, no el obstáculo. Esto implica, entre otras cosas, una transformación radical del rol del conocimiento: no más como instrumento de control, sino como espacio de escucha, mediación y cuidado.


En esta línea, podríamos recuperar la voz de Edgar Morin, quien sugiere que “sólo una política del vivir podría salvarnos de la política del poder”. La incertidumbre, lejos de ser un enemigo a vencer, debe asumirse como condición permanente de lo humano. No hay algoritmo que pueda garantizar la justicia, la dignidad o la esperanza. Y es precisamente allí donde radica la potencia del informe: en recordarnos que el desarrollo no es una carrera técnica sino una conversación ética, espiritual y cultural.


Reescribir el futuro desde la fragilidad

Si algo deja claro este informe es que no necesitamos más indicadores de progreso, sino nuevas narrativas de convivencia. No más crecimiento sin equidad, ni tecnología sin justicia, ni innovación sin humildad. Necesitamos sociedades que no solo gestionen el riesgo, sino que reconozcan su vulnerabilidad como fuente de solidaridad.


En lugar de multiplicar simulaciones de futuro, el desafío hoy es más radical: ¿cómo construir un presente donde vivir no sea un privilegio sino un derecho compartido?


El desarrollo humano, en su versión más profunda, no es un índice sino una ética del cuidado. Y eso, hoy más que nunca, nos exige recuperar la voz de los olvidados, restaurar la agencia de los excluidos y diseñar instituciones que no teman a la incertidumbre, sino que la abracen como el único lugar donde puede nacer algo verdaderamente nuevo.

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