El algoritmo como oráculo: la nueva fe laboral en tiempos de inteligencia artificial
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Actualizado: hace 2 días

Por: Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo, Human & Nonhuman Communication Lab, Facultad de Comunicación, Universidad Anáhuac México
El nuevo rostro del destino
"Describe el trabajo de tus sueños como si hablaras con un amigo", sugiere ahora LinkedIn. Y la red responde. La voz que antes balbuceaba currículums en palabras clave ahora murmura sueños en lenguaje natural. Ya no se trata de buscar trabajo; se trata de ser encontrado por el algoritmo correcto. Así, la vieja lucha entre oferta y demanda, entre perfiles humanos y plazas vacantes, da un giro: el nuevo intermediario es una inteligencia artificial que dice comprender deseos, trayectorias y aspiraciones mejor que los propios individuos.
En este gesto aparentemente trivial –buscar empleo con lenguaje común– se asoma la más radical transformación del ecosistema laboral: la disolución de las fronteras entre lo que somos, lo que decimos que somos y lo que las máquinas deciden que podemos ser.
Cartografías invisibles: cuando el mercado interpreta tus sueños
A través de los grandes modelos de lenguaje (LLM), LinkedIn ha reconfigurado el proceso de búsqueda de empleo como un sistema semántico en el que los usuarios ya no necesitan saber lo que buscan. Basta con desear. La frase “usar habilidades de marketing para curar el cáncer” puede ahora mapearse algorítmicamente a una vacante en una farmacéutica. En esta mediación técnica se vuelve visible el gesto simbólico: la IA no solo traduce lenguaje, reinterpreta la voluntad.
Estamos frente a una lógica profundamente postfotográfica del mercado laboral, como la describí en las visualidades del selfie: ya no importa lo que realmente hiciste, sino cómo puedes ser representado para otros. La economía de la reputación se entreteje aquí con la semiótica del talento. El capital simbólico de la era hipermedial –como diría Bourdieu– se redefine por lo que los datos "creen" que eres. Y eso, en un mercado donde las identidades son commodities, puede abrir o cerrar puertas de forma definitiva.
Esta metamorfosis laboral orquestada por IA forma parte de una nueva configuración del sentido: los sistemas clasificatorios ya no descansan en estructuras humanas de evaluación, sino en inteligencias que modelan nuestras capacidades con base en nuestras huellas digitales. Se impone así lo que podríamos llamar una meritocracia algorítmica afectiva: no aquella basada en diplomas, sino en coincidencias de intención y tono. Todo toma aspecto de un "match".
Los nuevos templos del Yo Digital
Al igual que en el selfie que aspira a eternizar una identidad aspiracional, el perfil de LinkedIn no es un archivo, sino una narrativa de futuro. Como apunté en mi artículo "la Ontología del Selfie y la Arqueología del Yo Digital", cada publicación, conexión o habilidad destacada es una escenografía de lo que queremos que el mercado interprete.
La IA laboral, en este sentido, no es neutral: es un lector ávido de ficciones. Ficciones de productividad, de talento, de éxito. Ficciones que el usuario narra y que el algoritmo coteja, evalúa y predice. En el corazón de esta infraestructura simbólica yace la fantasía de transparencia total: creer que podemos ser descifrados completamente por una red neuronal.
Pero, ¿y si esa red se equivocara?, ¿y si, como lo advertía Goffman, la presentación de uno mismo en la vida digital fuera solo una actuación más, montada para ser creída pero jamás comprendida?
Los que no están en la red: exclusión, dignidad y destino
Mientras celebramos los beneficios de una búsqueda laboral más empática y sofisticada, conviene recordar que toda arquitectura algorítmica genera su sombra. A quienes no tienen perfiles optimizados, conexiones visibles, experiencia digitalizable o simplemente acceso regular a internet, esta nueva promesa de empleabilidad ni siquiera los contempla. Siguen existiendo –como bien advertía Manuel Castells– capas sociales enteras condenadas a la invisibilidad por la divisoria digital.
La paradoja se intensifica: nunca hemos estado tan conectados y, sin embargo, los que no logran hacerse legibles para la IA quedan fuera del nuevo orden productivo. Ser excluido hoy no significa solo no tener trabajo; significa no tener traducción algorítmica posible.
¿Quién programa el futuro?
Cuando LinkedIn afirma que “ahora puedes descubrir lo que es posible”, habría que preguntarse: ¿para quién?, ¿en función de qué?, ¿con qué consecuencias? La IA no es un oráculo neutral, es una episteme incrustada en redes de poder, lenguaje y mercado. La forma en que se codifican las oportunidades laborales no es universal: responde a mapas de productividad dictados por sectores privilegiados del Norte Global y replicados sin mediación por plataformas que deciden a quién dar visibilidad.
Quizá debamos repensar, como sugiere Lev Manovich, la IA no como herramienta, sino como interfaz cultural. Como un nuevo canon estético y funcional de lo que el mundo laboral considera aceptable, deseable y eficaz. Frente a ello, urge una ética de la mediación: un nuevo modelo de alfabetización digital que contemple el impacto ontológico de ser interpretado por una inteligencia ajena a nuestro contexto vital y afectivo.
El que busca... ¿se encuentra?
LinkedIn, como otras plataformas que automatizan el futuro, no es un mero buscador de empleos. Es un sistema de predicción de posibilidades existenciales. Confiarle a un modelo de lenguaje la definición de quién puede uno ser, es traspasar las fronteras del curriculum para ingresar en el territorio de la fe: fe en los datos, en los algoritmos, en la codificación de los sueños.
El drama no está en que la IA busque por nosotros. El verdadero drama está en que algún día ya no sepamos cómo buscar sin ella.
¿Estamos dispuestos a permitir que una red neuronal nos señale el camino... sin preguntarnos primero hacia dónde queríamos ir?
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