Del “deepfake” al “cheapfake”. Cuando la IA se come a YouTube
- 18 ago
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Actualizado: 2 sept

Dr. Eduardo Portas Ruiz
Profesor investigador de la Universidad Anáhuac México
Perfil en X: @EduPortas
Cualquier usuario de las plataformas digitales más populares lo ha notado. De hecho, es imposible evitarlo por estridente. Cada vez con mayor regularidad, los videos hechos con Inteligencia Artificial Generativa (IAG) ganan espacios entre los primeros resultados de búsqueda y el “feed” personal. La prognosis para la humanidad no es buena.
YouTube había quedado como el último reducto de autenticidad frente a la ola de IAG que ha inundado todo espacio creativo o productivo del internet moderno. La razón era bastante obvia: mientras más humano, más difícil de imitar.
Ahora, esa última barrera digital erguida sobre millones de servidores que alojan petabytes de video se erosiona. Un reciente artículo publicado a mediados de agosto en la prestigiosa revista Wired así lo evidencia. La periodista Laura Holliday encontró cuando menos 120 canales sobre farándula y chismes hollywoodenses creados a partir de una combinación de herramientas de IAG: texto para el guión, video o imágenes modificadas para ilustrarlo, así como música y sonido distribuidos gratuitamente o bien hechos con programas artificiales con el mínimo esfuerzo intercalados en el producto.
El tinglado ya tiene un nombre: “cheapfake” o algo así como una producción artificiosa hecha de la manera más burda posible, con poco esfuerzo, y mucho cinismo. A diferencia del “deepfake”, el cual intenta hacer pasar un contenido falso como verídico, esta nueva encarnación vinculada al AI slop no guarda ninguna apariencia.
Hasta aquí todo parecería pánico moral. No pasa un día sin que alguien, generalmente de edad seria, satanice fenómenos que las nuevas generaciones abrazan con ahínco. Después de un rato, el fenómeno pasa, el trend se desinfla.
En esta ocasión es distinta. Los videos “chafas” de YouTube hechos en su totalidad con IAG son ampliamente consumidos por millones de personas todos los días en todo el mundo y a nadie parece importarle. En un espacio muy corto se han normalizado en el listado algorítmico que refrescamos decenas de veces cada jornada. Y no solo eso, cada vez aparece más recursos que enseñan a otros interesadas a crear este tipo de videos de bajísima calidad para ganarse una buena cantidad de dólares y esquivar los lineamientos de YouTube. La multiplicación de lo mediocre arrasa cualquier cuestionamiento si al final del día los “creadores” ven una transacción en su cuenta bancaria, sin tan siquiera entrar a discutir las implicaciones éticas que este hecho acarrea.
YouTube tiene un problema mayúsculo en sus manos. Hasta hace muy poco tiempo era la gallina de oro del internet y su matriz Alphabet. Cada mes se contabilizan unos 2 mil 500 millones de usuarios en la plataforma. El tiempo de estancia en su portal o app supera por mucho a cualquier otra red o servicio (salvo TikTok). Los datos vienen del reporte 2025 de la agencia especializada We Are Social, pero otros muchos investigadores conocen y han documentado el dominio de YouTube sobre otros servicios y redes socio-digitales durante años.
Al ser cuestionados por la periodista Holliday, YouTube simplemente respondió que si algún canal violaba sus lineamientos de uso el contenido se borraría o bien en canal se daría de baja. He aquí el problema: bajo el esquema vigente, el creador de un video simplemente debe mencionar que contenido ha sido hecho IAG y que no desinforma o trata de mostrar hechos falsos con lo que aparece en el mismo para ser aprobado.
Esa laxitud está provocando que miles de personas pongan a prueba los filtros de YouTube para poder controlar y monetizar canales que operan bajo la lógica del “cheapfake”. Es un juego de gato y ratón permanente. Aparece un nuevo canal hecho con IAG, gana seguidores y monetiza el contenido exagerado, falso o abiertamente sensasionalista. Recolecta su dinero. YouTube se percata del hecho y lo cierra. Días después aparece otro canal con este mismo modus operandi. Y así una y otra vez.
Al final del día los verdaderos perdedores son los millones de usuarios que pueblan YouTube. Su fidelidad se había construido con años de experiencia resumida en una sola frase: “cuando menos estoy viendo a una persona de carne y hueso dar su punto de vista sobre algo”. Con la IAG eso se ha desplomado. No existe ya esa certeza.
Lo resume mejor el investigador Petter Törnberg, quien recientemente habló con el portal Ars Technica sobre el creciente problema del uso tóxico de las redes sociales en la época de la IAG. “Veo difícil que continue el modelo vigente de redes sociales bajo el peso de los LLMs y su capacidad para masificar la producción de información falsa o información optimizada para las dinámicas de las redes sociales”, dijo al referirse a los procesos de cámaras de eco partisanas, la concentración de la influencia en un número reducido de personas que generan iniquidad de atención, así como la amplificación de las voces más extremas.
Sin una alfabetización mediática intensa desde los primeros años de vida, la batalla, desde ahora, está perdida. Aún hay tiempo para curar al enfermo.




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