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Del índice al oráculo: la búsqueda como rito perdido en la era de la IA

  • 26 may
  • 4 Min. de lectura





Había algo profundamente humano en buscar. En formular con torpeza una pregunta, en errar de palabra clave, en aprender del error y, poco a poco, descifrar el lenguaje de las máquinas. Google —ese dios menor de las respuestas— nos enseñó a pensar como algoritmos para que nos devolviera fragmentos de mundo. Buscar era ya una forma de conocer, un acto casi litúrgico de acceso a la verdad. Pero algo ha cambiado. Silenciosamente, casi sin notarlo, hemos pasado del índice al oráculo.

La irrupción de los modelos generativos de inteligencia artificial no solo está transformando cómo encontramos la información. Está desfigurando el mismo sentido de “buscar”. Si antes la red era un archivo de vínculos, hoy es un espejo que nos responde sin preguntar de dónde viene su reflejo. En el artículo publicado por Mat Honan en MIT Technology Review (“AI means the end of internet search as we’ve known it”, 2025), se narra el fin de una era y el inicio de otra: una donde no hay búsqueda, sino dictado; no hay navegación, sino consumo automatizado del saber.


El fin del gesto humano de interrogar

La búsqueda tradicional, basada en palabras clave, devolvía enlaces, caminos, posibilidades. Era imperfecta, sí. Pero nos obligaba a leer, discriminar, comparar. A juzgar por nosotros mismos. La nueva generación de IA —Google con su Gemini, OpenAI con su ChatGPT, Perplexity como promesa disruptiva— ofrece respuestas directas, pulidas, completas. No mapas. No pistas. Respuestas.


Sundar Pichai lo celebra como “una de las transformaciones más positivas de la búsqueda”. Pero habría que preguntarse: ¿positivo para quién? En este nuevo régimen informacional, la búsqueda se ha vuelto una experiencia sin esfuerzo, sin demora, sin error. ¿Pero acaso no es en el error donde el pensamiento se afila, donde el juicio se educa, donde la subjetividad se ejerce?


Byung-Chul Han advertía que el exceso de positividad conduce a una fatiga del sentido (2010). Este nuevo modelo de búsqueda, donde ya no se accede a fuentes sino a respuestas generadas, produce una hipertrofia del saber disponible... y una atrofia del deseo de saber.


Del hipervínculo al hiperconsumo

El modelo tradicional ofrecía caminos: blue links, como puertas abiertas a la polisemia del mundo. Pero los modelos actuales —Google Overviews, ChatGPT Search, Perplexity AI— ofrecen cerraduras sin llave. Resúmenes generados por máquinas, que sintetizan lo que “hay”, pero sin indicar de manera transparente qué se omite, qué se selecciona, con qué criterio.

Esto no es menor. Lo que desaparece es la fuente, el autor, el trayecto. La IA, como oráculo moderno, no cita a los dioses pasados, sino que reinventa el mensaje en cada pregunta. Y en este gesto —suplantar el vínculo por el dictamen, el enlace por el dictado— se juega una nueva forma de poder epistémico: quien controla la síntesis controla el mundo.


El periodista que ve su contenido reescrito sin crédito. El editor cuya nota se convierte en resumen apócrifo. El lector que ya no distingue si lo que lee fue alguna vez escrito por alguien. ¿Estamos ante el nacimiento de una cultura sin fuentes? Una cultura donde, como temía Nietzsche, “los hechos ya no existen, solo interpretaciones”.


El fin de la respuesta canónica

Uno de los riesgos más graves, como advierte Honan, es que los modelos generativos no solo resumen: también inventan. “Alucinan”. Y al hacerlo, nos ofrecen respuestas plausibles pero falsas, confiadas pero erróneas. La verdad se vuelve una cuestión de estilo más que de contenido. Si la IA suena convincente, será creída. Aunque diga que el MIT fue fundado en 2022, o que es seguro pegar pizza con pegamento.


La “respuesta canónica” —ese ideal ilustrado de una verdad verificable, estable, pública— se diluye. Cada usuario puede recibir una versión diferente de la misma pregunta, según su perfil, su historial, su contexto. La personalización reemplaza a la universalidad. Y con ella, se fragmenta la posibilidad de una conversación común, de un mundo compartido.

No estamos solo ante un cambio de herramienta, sino de ontología del conocimiento. Si antes la verdad era lo que se podía demostrar, hoy puede ser simplemente lo que “suena” cierto.


Hacia un mundo sin búsquedas

El artículo de Honan no oculta su entusiasmo: este es el futuro. Un futuro donde las búsquedas serán acciones, donde el agente de IA no solo responde, sino actúa: reserva vuelos, compone videos, predice intenciones. Una utopía de la asistencia total.


Pero también es una distopía de la delegación radical: ya no pensamos qué queremos saber, sino que dejamos que otro —una IA sin rostro, sin responsabilidad— lo decida por nosotros. “¿Quién quiere tener que aprender cuando puedes simplemente saber?”, se pregunta retóricamente el texto.


Y allí está la herida. Porque aprender no es solo adquirir datos. Es construir criterio, equivocarse, contrastar, tener que elegir entre caminos. La búsqueda no era solo una herramienta: era una forma de subjetividad, de autonomía, de ejercicio del pensamiento. Su desaparición no es técnica. Es política.


El archivo universal y su nuevo guardián

La IA promete reunir todo el conocimiento del mundo: libros, videos, manuales, sonidos, mapas. Todo. Pero a cambio, exige nuestra confianza ciega. Nos promete acceso... sin mostrarnos las puertas. Nos ofrece sabiduría... sin mostrarnos sus fuentes.

Y en ese gesto —como antes hicieron las religiones, los imperios, los estados— se erige en nuevo guardián del archivo. Pero un archivo mutable, que no guarda, sino que reescribe; que no conserva, sino que fabrica.


En esta nueva era, no buscaremos más. Preguntaremos. Y el oráculo responderá.


Pero ¿qué sucede con una civilización que ya no necesita buscar? ¿Qué sucede cuando el saber se vuelve tan accesible que deja de tener valor? ¿Quién seremos, cuando ya no tengamos que aprender para saber?

La IA no mató la búsqueda. La disolvió dulcemente, como se disuelven los ritos cuando pierden sentido. Pero su ausencia deja una nostalgia. La nostalgia de pensar por nosotros mismos.

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