Códigos de dignidad: la inclusión digital como ética del algoritmo
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Por: Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo
Human & Nonhuman Communication Lab, Facultad de Comunicación, Universidad Anáhuac México
En los bordes de la conectividad, allí donde el algoritmo aún no ha extendido sus raíces, habita el mayor reto de nuestra época: lograr que la revolución digital no excluya a quienes más prometía beneficiar. Frente a la ilusión de que la inteligencia artificial es neutra y universal, el análisis de Apoorve Dubey, CEO de Kreyon Systems, publicado por el Foro Económico Mundial, nos devuelve a una verdad incómoda: no hay IA inclusiva sin justicia digital.
El artículo "AI can boost digital inclusion and drive growth" parte de un dato inapelable: más de 2,600 millones de personas carecen hoy de acceso a internet. Esta cifra no habla de fallas técnicas, sino de decisiones estructurales. Como advierte Klaus Schwab, la revolución de la IA “tiene el poder de elevar o fracturar a la humanidad”. Pero para que eleve, primero debe conectar. Y para que conecte, debe asumir el acceso digital no como infraestructura, sino como derecho ontológico.
La inclusión no se programa, se construye
El texto propone un modelo de economía digital inclusiva como catalizador del crecimiento: un incremento del 10% en el acceso a banda ancha puede elevar el PIB de países en desarrollo en un 1.4%. Sin embargo, más allá del PIB, lo que está en juego es la redistribución simbólica del poder cognitivo. Quien controla el código, controla las posibilidades del lenguaje, la educación, la representación y el futuro.
Como señala Gilbert Simondon, las tecnologías no deben ser vistas como herramientas externas, sino como formas de individuación social y técnica. En este sentido, la IA no solo automatiza procesos, sino que reorganiza los modos de vida. ¿Cómo garantizar que esta reorganización no consagre viejas exclusiones bajo interfaces nuevas?
La respuesta es compleja, pero el texto sugiere caminos: alianzas público-privadas, inversión en alfabetización digital, marcos regulatorios abiertos e interoperables, y proyectos como la EDISON Alliance, que ha conectado ya a más de mil millones de personas con soluciones locales como centros móviles de aprendizaje.
IA, desigualdad y los nuevos cercamientos digitales
El artículo señala un dato crucial: el 78% de las empresas ya utiliza IA, pero el acceso a los recursos que permiten su desarrollo —chips, datos, talento— está concentrado en pocas manos. Aquí emerge un riesgo que recuerda a la lógica de los enclosures del siglo XVIII: un cercamiento simbólico del conocimiento, donde la inteligencia artificial, lejos de liberar, se vuelve un privilegio privatizado.
La paradoja es feroz: mientras más se expande la IA, más se evidencia que no es un bien común, sino un recurso en disputa. Y si la IA hereda los sesgos de sus datos, entonces la desigualdad no solo se amplifica: se codifica.
Como advertía Amartya Sen, el desarrollo debe medirse no solo por el ingreso, sino por las capacidades reales que las personas tienen para ejercer su libertad. Desde esta perspectiva, el acceso a la IA debe ser acompañado de transparencia, gobernanza democrática de datos y mecanismos de rendición de cuentas.
Un llamado a reescribir el contrato social digital
El artículo concluye con una visión poderosa: AI debe tejer la inclusión en su propio código. No se trata solo de regular o distribuir, sino de redefinir el ethos mismo de la innovación. Esto implica repensar quién decide, quién se beneficia y quién queda fuera del mapa.
Ante este horizonte, se impone un nuevo imaginario político: una inteligencia artificial que no sea instrumento de unos pocos, sino interfaz de lo común. Para ello, la creatividad normativa debe acompañar a la técnica, y la justicia epistémica debe ser tan urgente como la eficiencia computacional.
Porque si la IA puede amplificar nuestras capacidades, también puede amplificar nuestras omisiones. La pregunta no es solo qué puede hacer la IA, sino para quién, desde dónde y con qué ética se hace.
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