Los hijos del algoritmo: juventudes éticas en tiempos corporativos
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Por: Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo, Human & Nonhuman Communication Lab, Facultad de Comunicación, Universidad Anáhuac México
Cuando el mundo arde, algunos buscan Wi-Fi. Otros, sentido.
En medio de un presente desencajado —ecológica, política, social, cultural, espiritual y emocionalmente— los jóvenes de la Generación Z y los millennials han dejado de ser “la promesa del futuro” para convertirse en el sismógrafo moral del presente. Así lo revela el más reciente informe de Deloitte: Gen Z and Millennial Survey 2025, que en lugar de mostrarnos una juventud alienada por los brillos de lo digital, nos entrega una radiografía de sujetos profundamente críticos, ansiosos por cambiar la lógica misma de la economía desde dentro de sus lugares de trabajo.
¿Pero qué sucede cuando las estructuras corporativas —bajo el embrujo de la IA, el crecimiento perpetuo y la eficiencia— no están hechas para albergar sujetos con conciencia? ¿Qué pasa cuando las generaciones más jóvenes exigen sentido y propósito en lugares pensados para la acumulación, la producción, el consumo y no para la trascendencia?
Capitalismo empático o contradicción performativa
Los datos son elocuentes. Tres cuartas partes de los encuestados están profundamente preocupados por el cambio climático. Casi el mismo porcentaje afirma experimentar ansiedad o estrés con regularidad. Más del 40% valora positivamente trabajar para empresas alineadas con sus valores personales. Lo que antes era descrito como “engagement” ahora se convierte en “sentido existencial”.
Esto no es simplemente un nuevo estilo de liderazgo o una demanda de prestaciones blandas. Estamos frente a una metamorfosis: trabajar ya no es solo producir, sino posicionarse éticamente frente al mundo.
Slavoj Žižek escribió que el capitalismo contemporáneo no solo tolera sus contradicciones, sino que las convierte en parte de su narrativa: vender productos ecológicos, promover el “wellbeing” corporativo, adoptar el discurso de la diversidad… sin cambiar las estructuras que producen exclusión. Lo que hoy vemos en el informe es el choque frontal entre esa maquinaria simbólica y generaciones que ya no se conforman con participar en la farsa. Quieren reescribir el libreto.
Cuerpos quemados en oficinas iluminadas
No sorprende que la salud mental emerja como un tema crítico. El 50% de la Generación Z y el 46% de los millennials afirman sentirse estresados la mayor parte del tiempo. La causa no es solo el trabajo, sino el modelo de mundo en que este trabajo se enmarca: aceleración permanente, vigilancia algorítmica, invisibilización del descanso.
Siguiendo a Byung-Chul Han, hemos pasado de una sociedad disciplinaria a una sociedad del rendimiento, donde el sujeto ya no es explotado por otros sino por sí mismo. El burnout no es un accidente, sino una consecuencia sistémica. La juventud ya no quiere más bienestar como incentivo; exige dignidad como derecho.
El informe revela que muchos jóvenes priorizan flexibilidad, sentido y balance vida-trabajo por encima de salarios exorbitantes. Esta no es una renuncia al progreso, sino una redefinición radical de qué significa prosperar.
Entre algoritmos, IA y pulsos de comunidad
Mientras la inteligencia artificial se expande como infraestructura invisible de productividad, los jóvenes responden con ética tangible. Casi la mitad exige que sus empleadores actúen de forma transparente en torno a cómo usan la IA. Esto no es tecnofobia. Es tecnoconciencia.
En una era donde el sesgo algorítmico puede decidir quién obtiene un empleo, un crédito o una sentencia, exigir justicia algorítmica no es una demanda técnica sino política. Estos jóvenes no están “desconectados de la realidad”; están hiperconectados al núcleo mismo de la disyuntiva civilizatoria.
Además, el informe muestra que muchos buscan conexión con sus comunidades a través de voluntariados, consumo responsable y activismo climático y social. Es decir: no quieren ser solo usuarios del sistema, sino ciudadanos del mundo.
No es una revolución del talento. Es una revolución del alma.
El error sería leer este informe como una guía para retener talento. Lo que está en juego es algo mucho más profundo: la redefinición del trabajo como espacio de expresión moral, ecológica y existencial.
¿Podrán las empresas transformarse lo suficiente como para ser habitadas por esta nueva humanidad?
¿O veremos una diáspora simbólica de jóvenes talentosos huyendo de las oficinas para fundar cooperativas, movimientos o silencios?
No lo sabemos. Pero el informe es claro: la Generación Z y los millennials no buscan pertenecer. Buscan transformar. La verdadera pregunta no es qué futuro les daremos a los jóvenes. Sino si nosotros, los adultos, estaremos a la altura del que ellos quieren construir.
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