Cuando el arte de protesta roza la consigna visual. Una relectura de Artificial Hells: Participatory Art and the Politics of Spectatorship de Claire Bishop
- 1 dic
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Dra. Velebita Koričančić
¿Qué ocurre cuando el arte participativo o socialmente implicado no problematiza sus propios lenguajes, sino que se limita a ilustrar un discurso ya dado, al punto de domesticar su potencia política en una fórmula? Esta inquietud se explora en Artificial Hells: Participatory Art and the Politics of Spectatorship, de Claire Bishop, en su edición revisada (Verso, 2022; ed. original de 2012), libro que examina los criterios con los que se evalúan tanto su eficacia política como su estatuto artístico.
Bishop señala el peligro de valorar las obras principalmente por su adscripción a un ethos político compartido, mientras se descuida la complejidad: cómo se organiza la experiencia del público, qué hace la forma, cómo se trabaja el conflicto. Propone que incluso las intervenciones bienintencionadas se examinen críticamente en términos estéticos y no solo a partir de su propósito o impacto social. No para desatender importancia a las luchas y demandas políticas que estas obras respaldan, sino para poner en jaque la comodidad con la que, en ocasiones, se traducen en imágenes y gestos muy reconocibles.
El libro se sitúa en un campo de tensiones que atraviesa el arte de participación: por un lado, la demanda de efectos políticos y, por el otro, la necesidad de considerar su relevancia estética. La potencia artística de estas obras se relaciona con la manera en que estructuran la participación del público y las experiencias que hacen posibles. Cuando la forma hace visible un conflicto, incide en la capacidad de la obra para articular o desactivar esas mismas demandas.
A partir de Artificial Hells, se abre la pregunta sobre cuándo el arte de protesta ya no es consigna visual, sino que se vuelve más exigente para el público. El desafío puede formularse no como el abandono de los códigos compartidos, sino como apartarse de ellos lo suficiente para que sigan siendo legibles y, al mismo tiempo, provoquen un tropiezo, la sensación de que “aquí pasa algo”. Desde la perspectiva de la comunicación visual urbana, esto resulta especialmente relevante en intervenciones artísticas en el espacio público, cuando producir imágenes rápidamente legibles es tentador. Pero, siguiendo a Bishop, la sospecha envuelve las formas demasiado fáciles de consumir, de modo que invita a apostar por el riesgo.




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