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Conectados pero solos: la influencia del periodismo rosa en los jóvenes y el impacto de las redes sociales en la era de la inteligencia artificial

  • 10 oct
  • 3 Min. de lectura
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Por Dra. Andrómeda Martínez Nemecio


Vivimos en una época donde la información circula a una velocidad nunca antes vista. Los jóvenes, nativos digitales, están expuestos constantemente a un flujo interminable de contenidos que moldean su manera de pensar, sentir y relacionarse. Entre ellos, el periodismo rosa —centrado en la vida privada, los escándalos y los afectos de las figuras públicas— ocupa un lugar privilegiado. Este tipo de periodismo, que antes se consumía en revistas o programas televisivos, hoy domina las redes sociales, convirtiéndose en una de las principales fuentes de entretenimiento e identificación para millones de jóvenes que siguen minuto a minuto las historias sentimentales de artistas, influencers o creadores de contenido.


El atractivo del periodismo rosa radica en su capacidad para generar emociones: curiosidad, empatía, admiración o incluso rechazo. En un entorno donde la atención se mide en segundos, las narrativas del espectáculo ofrecen la dosis perfecta de drama y conexión emocional. Sin embargo, detrás de su aparente inocencia, este tipo de periodismo alimenta una cultura de superficialidad, donde las apariencias, los conflictos y los romances mediáticos parecen tener más valor que el talento o la reflexión. Los jóvenes, al interactuar con este contenido, construyen modelos de vida basados en la inmediatez, la fama y la aprobación social.


Las redes sociales han amplificado este fenómeno. Plataformas como TikTok, Instagram o X han borrado las fronteras entre el periodismo de espectáculos y la vida cotidiana, creando un espacio donde todos pueden ser observadores y protagonistas. El “me gusta”, el “compartir” y el “comentar” se han vuelto herramientas de validación emocional. Muchos jóvenes no solo consumen las historias de los famosos, sino que también intentan replicarlas, construyendo versiones idealizadas de sí mismos para ganar visibilidad o aprobación. En este proceso, la conexión constante con los demás se convierte paradójicamente en una forma de soledad: se está “conectado”, pero no necesariamente acompañado.


La presión por pertenecer, por ser vistos y aprobados, lleva a una generación a experimentar una soledad digital disfrazada de comunidad. Las relaciones virtuales, aunque inmediatas, carecen muchas veces de profundidad. Los jóvenes pueden interactuar con cientos de personas al día, pero sin establecer vínculos reales. En este contexto, la exposición de la vida privada —propia o ajena— se vuelve moneda de cambio. Y el periodismo rosa, que vive de mostrar intimidades, se alimenta precisamente de esa necesidad colectiva de mirar y ser mirados.


En medio de esta dinámica surge un nuevo actor: la inteligencia artificial (IA). Su presencia en las redes sociales ha transformado radicalmente el consumo de información. Los algoritmos predicen qué contenidos ver, a quién seguir y de qué hablar, configurando burbujas digitales que refuerzan intereses y emociones. La IA no solo decide qué historias de espectáculos aparecen en los “feeds” de los usuarios, sino que también puede crear versiones artificiales de la realidad: desde fotografías retocadas hasta videos falsos que parecen auténticos. Esto vuelve más difusa la frontera entre lo verdadero y lo inventado, afectando la manera en que los jóvenes interpretan el mundo.


La paradoja es evidente: los jóvenes nunca han estado tan interconectados tecnológicamente y, al mismo tiempo, tan desconectados emocionalmente. El exceso de información y la constante comparación con los demás han generado una sensación de vacío y aislamiento. En lugar de construir comunidades auténticas, se han formado ecosistemas donde la apariencia y la popularidad pesan más que el diálogo o la empatía.



El desafío actual consiste en educar en el uso consciente de los medios y la inteligencia artificial, promoviendo una alfabetización mediática que permita distinguir entre información, manipulación y espectáculo. Los jóvenes deben aprender que no todo lo que brilla en redes es real y que la conexión genuina no se mide en seguidores, sino en la capacidad de escuchar, compartir y comprender al otro.



En conclusión, el periodismo rosa, las redes sociales y la inteligencia artificial conforman una triada que define gran parte de la experiencia juvenil contemporánea. Entre titulares de romances y algoritmos que dictan tendencias, los jóvenes viven una doble realidad: hiperconectados, pero cada vez más solos. El reto está en devolverle sentido humano a la comunicación, transformar la curiosidad en pensamiento crítico y recuperar el valor de la autenticidad en un mundo dominado por el espectáculo y la simulación digital.

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