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Cluely, o el naufragio programado del pensamiento

  • hace 11 horas
  • 3 Min. de lectura
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Por Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo

Human & Nonhuman Communication Lab – Universidad Anáhuac México


La historia de Chungin "Roy" Lee, un joven de 21 años que se hizo millonario creando una inteligencia artificial llamada Cluely —una especie de "mente delegada" para hacer tareas escolares— no es solo una anécdota escandalosa. Es un síntoma. Un espejo incómodo. Una metáfora brutal de lo que sucede cuando el emprendimiento se divorcia de la ética y el futuro se piensa sin humanidad.


Lee fue expulsado de Columbia. Su herramienta fue diseñada para “pensar por ti”. Su lema: “Thinking is the slowest thing you do. Let AI do it for you.” (Pensar es lo más lento que haces. Deja que la IA lo haga por ti.)

¿Puede haber declaración más explícita del colapso antropológico en el que estamos inmersos?


Destruir para innovar: el nuevo nihilismo

Lee afirma estar “acelerando el colapso de una industria condenada”. Se refiere, claro, a la educación. No la ve como un proceso formativo, ni como una praxis civilizatoria, sino como una “industria” obsoleta. En su lógica, plagada de atajos neoliberales y slogans tecnolátricos, destruir la escuela es un acto de disrupción. ¿Disrupción de qué? ¿Del pensamiento? ¿Del juicio? ¿Del sentido?


Lo que Roy Lee no ve —o prefiere no ver— es que educar no es resolver problemas, sino aprender a formularlos. No es automatizar tareas, sino formar criterio, identidad, conciencia histórica y sentido ético.


La IA como simulacro de agencia

La propuesta de Cluely no es la única. Representa una tendencia creciente: sustituir el esfuerzo reflexivo por respuestas generadas algorítmicamente. Como diría Jean Baudrillard, no estamos frente a una herramienta, sino frente a un simulacro de pensamiento. Un espejo falso que devuelve la apariencia de saber sin ningún proceso formativo detrás.


Este tipo de IA educativa no potencia, sino que atrofia. No amplía, sino que acalla. Lo que antes era proceso, error, descubrimiento, ahora se presenta como eficiencia, atajo y “solución” inmediata. Pero, ¿dónde queda la dignidad del acto de comprender?


Filosofía contra el algoritmo

La filosofía desde los griegos —aquella tradición que Roy Lee desprecia— nos enseñó que el pensamiento es lento porque es profundo. Que la educación no es un producto, sino un proceso vital. Que aprender es también saber dudar, demorarse, errar, reformular.


Frente a esto, el discurso de Cluely nos invita a una servidumbre tecnológica revestida de libertad. No piensa por ti: piensa en tu lugar. No te ayuda a aprender: te despoja del derecho a equivocarte.


¿Qué se pierde cuando se pierde la escuela?

Se pierde el tiempo compartido. El maestro que acompaña. La conversación que transforma. El silencio lleno de sentido. El examen como ejercicio de conciencia. Se pierde el otro. Y con él, la posibilidad de devenir humano.


Se pierde también lo común, lo comunitario, el espacio donde se aprende a vivir con otros, en pluralidad, con conflictos, con diferencias. ¿Cómo se forma el juicio ético, si la IA responde sin contexto, sin emoción, sin responsabilidad?


El nihilismo ilustrado de Silicon Valley

Lo que Roy Lee representa es la versión más cínica del solucionismo tecnocrático: el desprecio por lo humano disfrazado de innovación. Lo mismo que Mark Zuckerberg llamando “conexión” a una red que diseminó odio, o Marc Andreessen declarando que su meta es “romper la economía con IA”.


Es el mismo ethos: destruir lo existente sin tener una alternativa ética. Prometer libertad mientras se masifica la dependencia.


Contra el fin del pensamiento

El problema no es que exista Cluely. El problema es que haya estudiantes que lo usen, docentes que lo toleren, sistemas que lo normalicen. El verdadero peligro no es la IA, sino la renuncia voluntaria al pensamiento crítico, la complacencia con la deshumanización del aprendizaje.

Pensar es lento, sí. Pero también es lo que nos hace humanos. Y si olvidamos eso, no es la educación la que colapsa. Es el sentido de nuestra existencia compartida.


¿Qué tipo de aprendizaje queremos preservar? ¿Qué tipo de humanidad estamos dispuestos a abandonar?

El colapso no es tecnológico. Es moral, filosófico y espiritual. Y de nosotros depende si aceptamos el atajo o defendemos el camino.

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