Polarización y crisis democrática: el lenguaje del populismo en la era digital
- 10 mar
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Por: Alberto Ruiz-Méndez, Universidad Anáhuac México
La democracia moderna ha sido un sistema en constante evolución, un delicado equilibrio entre libertad e igualdad. Sin embargo, en los últimos años, este equilibrio se ha visto amenazado por un fenómeno creciente: la polarización afectiva. No se trata únicamente de diferencias ideológicas o políticas, sino de una fractura social impulsada por la lógica discursiva del populismo en el poder. En este contexto, el populismo no solo moviliza a sus seguidores, sino que reconfigura el espacio democrático al imponer una visión dicotómica del mundo: un nosotros legítimo frente a un ellos enemigo de la nación.
El populismo como estrategia comunicativa
A diferencia de las democracias tradicionales, donde el debate y la deliberación son pilares fundamentales, el populismo institucionalizado opera bajo una lógica distinta: la comunicación de confrontación. Según Nadia Urbinati (2019), el populismo en el poder busca no solo representar al pueblo, sino convertirse en su única voz legítima. Para ello, construye un enemigo –ya sea una élite económica, los medios de comunicación o la oposición política– que debe ser desacreditado y excluido de la conversación pública.
Este modelo comunicativo, amplificado por las redes sociodigitales, no solo erosiona la pluralidad democrática, sino que refuerza la polarización. Como señala McCoy (2022), la polarización afecta no solo el discurso político, sino las relaciones sociales, convirtiendo cualquier disenso en una amenaza existencial. De este modo, el populismo institucionalizado convierte el debate democrático en una batalla de trincheras donde no hay espacio para la negociación.
Posverdad, algoritmos y radicalización
El ecosistema digital ha potenciado el alcance del populismo. Plataformas como Facebook, Twitter y YouTube han sido instrumentalizadas para difundir mensajes que refuercen la división social. Como advierte Salmon (2019), en la era de la posverdad, la información deja de ser evaluada por su veracidad y se convierte en un instrumento de validación emocional.
Este fenómeno se ve amplificado por los algoritmos de recomendación, que filtran la información y crean burbujas informativas donde los ciudadanos solo consumen contenidos que refuerzan sus creencias previas. Así, el populismo no solo moviliza a sus seguidores, sino que los encapsula en una realidad alternativa donde la oposición es vista como un enemigo irreconciliable.
El enemigo como significante performativo
Uno de los hallazgos más relevantes del análisis de la comunicación populista es el papel central del enemigo como figura discursiva. En este sentido, el populismo institucionalizado no solo se limita a criticar a sus adversarios, sino que los redefine como ilegítimos. Esto tiene un efecto devastador en la democracia, pues convierte a la oposición en una amenaza en lugar de un actor legítimo dentro del sistema político.
Como lo han demostrado estudios sobre líderes populistas como Donald Trump, Jair Bolsonaro o Andrés Manuel López Obrador, la narrativa del enemigo interno es un elemento clave en su estrategia de comunicación. Este recurso discursivo permite justificar medidas autoritarias en nombre de la defensa del pueblo, debilitando los contrapesos institucionales y normalizando el ataque a las libertades civiles.
¿Cómo revertir la polarización afectiva?
La comunicación política no puede ser un campo de batalla donde la única opción sea la victoria o la derrota. Es necesario construir estrategias que fomenten el diálogo y la deliberación en el espacio público. Para ello, se deben implementar políticas de alfabetización mediática que permitan a la ciudadanía identificar y cuestionar las estrategias discursivas del populismo.
Asimismo, las plataformas digitales deben asumir su responsabilidad en la moderación del discurso público, evitando que sus algoritmos refuercen la radicalización y promoviendo la diversidad de opiniones. Sin estos cambios estructurales, la democracia corre el riesgo de quedar reducida a un espectáculo donde la retórica del enfrentamiento sustituye al debate informado.
Conclusión
La crisis democrática actual no es simplemente el resultado de malas políticas o liderazgos autoritarios. Es, en gran medida, un problema de comunicación. La polarización afectiva, alimentada por el populismo y amplificada por las redes digitales, ha convertido el diálogo en confrontación y la política en un campo de batalla.
Si la democracia ha de sobrevivir, necesita recuperar su dimensión deliberativa. No se trata de eliminar las diferencias, sino de crear espacios donde estas puedan ser discutidas sin caer en la descalificación absoluta del otro. Porque, al final del día, la democracia no se sostiene en la unanimidad, sino en la capacidad de convivir con el disenso.
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👉 Consulta el estudio aquí. https://revistas.anahuac.mx/index.php/sintaxis/article/view/2562/2579
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