top of page

El trabajo sin rostro: Generación Z frente a la inteligencia algorítmica

  • 29 may
  • 4 Min. de lectura


Por: Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo,

Human & Nonhuman Communication Lab, Facultad de Comunicación, Universidad Anáhuac México


La orfandad del talento emerge como el síntoma más punzante del siglo XXI. En un mundo que clama por innovación, productividad y competitividad, pareciera que el mayor miedo no es al desempleo, sino a la irrelevancia. Y frente a esa ansiedad colectiva, la Generación Z —la más conectada, educada y potencialmente creativa de la historia— se enfrenta a una paradoja trágica: tener todas las herramientas tecnológicas, pero pocos puentes humanos; acceso ilimitado a la información, pero una creciente incertidumbre sobre el sentido del trabajo, la dignidad profesional y el lugar de lo humano en la economía de la inteligencia artificial.


Topografías invisibles del mérito

Los sistemas de evaluación de talento se han automatizado a tal punto que hoy una fracción significativa de las decisiones laborales está mediada por criterios algorítmicos opacos, restrictivos y excluyentes. Como señala el World Economic Forum, la mayoría de las plataformas de reclutamiento automatizadas aún se basan en filtros de experiencia previa, títulos académicos y redes de contacto, dejando a millones de jóvenes en un limbo de invisibilidad: demasiados jóvenes sin experiencia suficiente, y demasiada experiencia irrelevante para un mundo que ya cambió.

La economía digital no sólo demanda nuevas habilidades, sino una reformulación radical de lo que entendemos por talento.


En palabras de Martha Nussbaum, “una sociedad que no educa la capacidad de imaginar la experiencia ajena no puede producir justicia”. Y aquí yace el verdadero drama: si el talento se mide por la capacidad de someterse al lenguaje de las máquinas, ¿qué pasará con las capacidades invisibles del alma —la compasión, la creatividad, el sentido ético— que no caben en un currículum optimizado para ATS (Sistemas de Seguimiento de Solicitantes)?


Trabajar sin cuerpo, contratar sin frontera

El informe de Omar Bawa, "3 ways to make the future of work work for Generation Z", plantea una apuesta disruptiva: redefinir el mapa del talento mundial. Si el Norte envejece y el Sur desborda juventud, entonces la digitalización podría —en teoría— equilibrar las oportunidades. Pero ¿es el trabajo remoto una forma de inclusión, o una nueva forma de deslocalización que empobrece la vida laboral al hacerla aún más fragmentada, más precarizada, más ausente de comunidad?


Las cifras lo dicen con claridad: más del 35% de los trabajadores en EE.UU. adoptaron modelos remotos durante la pandemia. Pero ¿qué tipo de vínculos se forjan en la pantalla? ¿Qué queda del aprendizaje entre generaciones, de la solidaridad entre colegas, del afecto como dimensión del trabajo?


Como diría Byung-Chul Han, en la sociedad del rendimiento “cada uno se explota a sí mismo y cree que está realizándose”. El riesgo de esta economía remota es sustituir la experiencia colectiva por la narrativa del emprendedor solitario, que trabaja desde cualquier parte... sin pertenecer a ninguna.


El abismo generacional y el analfabetismo algorítmico

Uno de los hallazgos más poderosos del Future of Jobs Report 2023 es el siguiente: los jóvenes saben usar la tecnología, pero no conocen su lógica profunda. Saber chatear con ChatGPT no equivale a entender cómo se entrenan los modelos, cómo se reproducen los sesgos, o cómo se negocia con la ética de los datos. Es la diferencia entre pilotar un dron y diseñar un código de vuelo.


Hoy, el mayor riesgo no es que la IA quite empleos, sino que los reparta según la lógica del privilegio: quien entienda la IA dominará el mercado; quien no, quedará subordinado a ella. Como afirma Kate Behncken de Microsoft Philanthropies, “AI solo empoderará si todos tienen las habilidades para usarla”. Sin alfabetización algorítmica crítica y sin infraestructura digital justa, la brecha no se cierra: se profundiza.


¿Quién trabaja en la era de las máquinas que escriben poesía?

El auge de la inteligencia generativa —que ya utilizan más del 51% de las empresas según Hostinger en el 2024— plantea un nuevo dilema: ¿trabajamos para vivir, o vivimos para alimentar modelos de predicción que trabajen por nosotros? Si las inteligencias artificiales pueden escribir, diseñar, programar, analizar, ¿cuál es el valor del trabajo humano?

La respuesta, quizás, no está en la productividad, sino en el sentido. En la posibilidad de hacer del trabajo una experiencia simbólica, no solo funcional. Como lo sugiere Viktor Frankl, “el hombre está dispuesto a soportar cualquier ‘cómo’, si descubre un ‘para qué’”.


La Generación Z no busca solamente ingresos: busca propósito, justicia, conexión. Y ahí las empresas, los gobiernos y las instituciones educativas tienen una deuda histórica: no basta con enseñar habilidades técnicas. Hay que cultivar el pensamiento crítico, la ética digital, la responsabilidad ecológica, la imaginación moral.


Más allá de los datos: la revolución interior

Crear un futuro laboral digno para la Generación Z implica algo más que rediseñar sistemas de contratación o programas de formación. Implica reconstruir las condiciones espirituales del trabajo: rescatar su dimensión relacional, ética, simbólica. Volver a preguntarnos qué significa trabajar, no solo cuánto produce el trabajo.


Porque si el talento se mide por lo que el algoritmo reconoce, ¿qué lugar queda para lo que solo el alma puede ofrecer?


Porque quizás el mayor desafío no es prepararnos para un futuro con inteligencia artificial, sino recordar qué nos hace profundamente humanos. ¿Estamos listo para mirar el trabajo como acto de comunión, y no solo de rendimiento?

Comments


bottom of page