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El test estético de Turing: ¿perfección sin alma o imperfección con sentido?

  • 28 ago
  • 3 Min. de lectura
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Por: Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo, Human & Nonhuman Communication Lab, Facultad de Comunicación, Universidad Anáhuac México


En la edición de agosto de 2025 de Vogue, un anuncio de Guess presentó a una modelo de belleza deslumbrante. El detalle estaba en la letra pequeña: aquella mujer no existía, era un producto enteramente generado por inteligencia artificial. La polémica estalló. Felicity Hayward, modelo de talla grande y activista por la diversidad, denunció que se trataba de una maniobra “vaga y barata” que diluía años de lucha por la inclus,c kjión. La moda volvía al estereotipo hegemónico, pero ahora de la mano de un algoritmo que fabrica una perfección imposible.


La cuestión trasciende a la industria de la moda. Según Tamilla Triantoro (2025, AI has passed the aesthetic Turing Test − and it’s changing our relationship with art. The Conversation), hemos llegado al Turing Test estético: el momento en que la IA produce música, imágenes y películas tan convincentes que es casi imposible distinguirlas de las creaciones humanas. Lo que Alan Turing planteó en 1950 como juego de imitación —saber si hablábamos con una máquina o con un humano— se ha trasladado al arte.


Simulacros perfectos, auras perdidas

La explicación está en tres factores. Primero, la IA es una falsificadora de patrones humanos: ha analizado más canciones, pinturas y fotografías de las que cualquier artista podría conocer en una vida. Segundo, ha logrado superar el uncanny valley, aquel territorio donde lo casi humano provocaba inquietud; ahora produce imágenes sin errores que detonen nuestras alarmas. Tercero, no se limita a copiar, sino que crea versiones hiperrealistas, más “perfectas” que lo real.


Jean Baudrillard llamó a esto simulacros: copias sin original. La modelo de Vogue es exactamente eso: no representa a ninguna mujer concreta, sino un ideal de belleza estadístico, imposible de alcanzar. El resultado es un espejo pulido donde nos contemplamos, pero que ya no remite a una historia ni a una vida detrás.


Walter Benjamin lo había anticipado en su ensayo sobre la reproductibilidad técnica: lo que se pierde es el aura de la obra, ese halo de unicidad, tiempo y gesto humano que habita en un cuadro con pinceladas visibles o en una fotografía tomada en un instante irrepetible. El arte generado por IA es técnicamente perfecto, pero carece de historia, de cicatrices, de manos temblorosas detrás del trazo.


América Latina y la democracia estética

En América Latina, donde la cultura ha sido territorio de resistencia, identidad y memoria, el riesgo es enorme. La exportación de estéticas algorítmicas podría homogeneizar el imaginario cultural, borrando las marcas de lo local, de lo mestizo, de lo diverso. Si los simulacros dominan la industria creativa, la diversidad de voces que sostienen la democracia cultural puede verse sustituida por un catálogo global de “perfecciones” fabricadas.


Frente a ello propongo dos acciones urgentes:

1. Observatorios de arte y cultura digital, que documenten, regulen y acompañen el impacto de la IA en la creación visual y sonora de la región.

2. Alfabetización estética y mediática, que permita a los ciudadanos —especialmente a los jóvenes— identificar el origen de las imágenes y valorar la riqueza de lo imperfecto, lo artesanal y lo histórico.

Porque, si la democracia necesita pluralidad de voces en la política, también requiere pluralidad de sensibilidades en el arte.


¿Dónde reside el sentido del arte?

El Turing Test estético no nos reta solo a detectar fraudes; nos confronta con preguntas filosóficas. Si una canción creada por IA hace llorar a alguien, ¿importa que la máquina no sienta nada? ¿El arte vive en la mente de quien lo crea o en el corazón de quien lo recibe?


Lo cierto es que hemos construido un espejo que devuelve nuestra creatividad destilada en fórmulas matemáticas. Ahora debemos decidir: ¿preferimos la perfección descartable, sin historia, o la imperfección cargada de sentido? ¿El reflejo liso de la máquina, o el espejo humano, fracturado y barroco, que aún nos recuerda que crear es arriesgar la piel y la memoria?

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