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El látigo invisible: la inteligencia artificial como dispositivo de disciplinamiento laboral

  • hace 6 días
  • 3 Min. de lectura

Por: Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo, Human & Nonhuman Communication Lab, Facultad de Comunicación, Universidad Anáhuac México


Algunos dispositivos de poder ya no se escuchan como gritos, sino como algoritmos.


En la superficie, la promesa parece noble: eficiencia, innovación, futuro. La inteligencia artificial, ese nuevo verbo corporativo que todo lo justifica, ha colonizado el discurso empresarial con la furia de un dogma y la cortesía de una app. Pero bajo su superficie luminosa se esconde un nuevo tipo de coacción, más silenciosa que el látigo, más eficaz que el castigo: el miedo a ser reemplazado por una máquina.


La amenaza no necesita materializarse. Basta el susurro de que la IAGen "puede hacerlo mejor", para que un trabajador baje la voz, no exija, se someta. La sustitución ya no es una realidad, sino una estrategia narrativa. Un modelo de control.


De la automatización al simulacro de despido

Las declaraciones recientes de CEOs como Andy Jassy (Amazon), Tobi Lutke (Shopify) y ejecutivos de JPMorgan no son especulaciones tecnológicas: son fórmulas de intimidación disfrazadas de innovación. La IA, más que una herramienta, se convierte en el nuevo tótem disciplinario del capitalismo corporativo. No se usa para liberar al trabajador, sino para recordarle que es prescindible.


Como explica Jeffrey Sonnenfeld, de la Universidad de Yale, su efecto es profundamente psicológico: una advertencia anticipada que actúa como vacuna emocional para que el despido —cuando llegue— no cause escándalo, ni revuelta, ni duelo. Se convierte así en un mecanismo de autoanulación preventiva: el trabajador se calla, se autocorrige, se autoexilia.


El concepto de "disciplinamiento laboral", tan vinculado a las teorías marxistas y a Foucault, adquiere aquí una nueva dimensión postdigital. La fábrica panóptica ya no necesita vigilar desde torres, sino desde dashboards que cuantifican productividad, emociones y errores.


Trabajar más, corregir más, ganar menos

Paradójicamente, lejos de liberar tiempo o creatividad, la IA hoy impone más carga de trabajo. Un 77% de los trabajadores declara que la IA ha aumentado sus tareas, y un 39% dedica su jornada a corregir los errores de esas herramientas. El trabajador del siglo XXI no sólo produce, sino que supervisa el delirio de una máquina entrenada con datos ajenos y lógica ciega.


Nos encontramos frente a lo que Byung-Chul Han llamaría una nueva forma de violencia neuronal: la exigencia de rendir más sin que medie látigo alguno, sólo una interfaz amable que repite que somos "co-creadores" de la productividad. El cansancio ya no es físico, es existencial. El cuerpo no se agota, se vacía.


¿Qué se fractura cuando el algoritmo manda?

La IA, como nuevo aparato simbólico, está reconfigurando no sólo el trabajo, sino la ética del trabajo. No se trata de si la tecnología puede hacerlo mejor, sino de cómo se usa esa supuesta superioridad para legitimar la precarización. Como toda tecnología en manos del poder, su impacto no se mide por sus capacidades, sino por su implementación.

Las empresas que antes justificaban despidos con "reestructuras", hoy lo hacen con "inteligencia artificial". No importa si el bot aún no puede redactar bien un correo o empatizar con un cliente: el temor que genera ya basta para disuadir peticiones, evitar huelgas, frenar mejoras.


La servidumbre voluntaria en la era de los prompts

Frente a esta narrativa, urge recuperar una ética de la dignidad humana en el trabajo. No para negar la tecnología, sino para humanizar su inserción. La IA no es neutral. Es una prolongación del sistema que la financia, la entrena, la impone. Si no se regula, si no se democratiza, se convierte en un nuevo brazo de la desigualdad.


Es cierto, como apunta la literatura crítica del siglo XX, que toda promesa técnica conlleva una trampa ideológica. Pero hoy, esa trampa tiene voz de asistente virtual, rostro de dashboard de productividad y lenguaje de mejora continua.


¿Queremos un futuro sin trabajadores o sin justicia?

En este escenario, la cuestión no es si la IA va a reemplazar empleos, sino si vamos a permitir que el miedo lo haga antes que ella. Si vamos a tolerar que las máquinas sean usadas no para aligerar la carga humana, sino para multiplicarla sin compensación. Si vamos a aceptar que la productividad se mida por la obediencia y no por el bienestar.


Quizás ha llegado el momento de preguntarnos si lo verdaderamente inhumano es que una máquina nos sustituya… o que una persona lo justifique.

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